«Hace
tiempo que la ciudadanía empezó a situar al monarca en la cumbre de un sistema
de poder podrido»
El borbón que se borboneó a sí mismo dos veces
Conviene
en estos días de prisas palaciegas no perder la compostura, ni dejarnos
llevar por la pasión, y analizar, en
primer lugar, la abdicación de Juan
Carlos de Borbón, y de cómo se ha llegado a optar por esa solución, cuando se
había negado esa posibilidad, y los voceros monárquicos nos señalaban a la Gran
Bretaña, donde una octogenaria Isabel II sobrevive sonriente a las hecatombes de dos siglos.
Principio
tienen las cosas, y a ese pasado hay que recurrir siempre, si queremos entender
lo que ha ocurrido. Achacar todo el desgaste de la actual monarquía a las
tropelías consentidas del matrimonio Iñaki Urdangarín-Cristina de Borbón, más la previsible imagen de la pareja,
sentados en el banquillo de los acusados de la Audiencia Provincial de Palma de
Mallorca, es simplificar demasiado algo muy complejo y que viene de muy atrás.
El tiempo dirá si aquel rumor de abdicación que se produjo hace un tiempo,
cuando aún no había estallado el caso Urdangarín, tenía visos de certeza; me
refiero a aquella cena del titular de la corona con sus hijos, para anunciarles
su intención de divorciarse e iniciar una vida en común con la “princesa”
Corina. Habrá pasto para las revistas y programas “del corazón” durante mucho
tiempo, con las andanzas de esa familia de parásitos, que viven como
multimillonarios que son a nuestra costa.
Para
especulaciones sobre las auténticas razones de la abdicación, y la rapidez con
que se están abordando los trámites de la sucesión borbónica tendremos tiempo
para escribir despacio. Lo que ahora nos conviene analizar, es, de todos los
hechos negativos incontrovertibles que se conocen, relativos a la Casa Real,
los que han pesado más en la decisión. Como elementos indiscutibles, que han
afectado y afectan a la Corona en su credibilidad y prestigio, se encuentran la
actual crisis política y económica, con seis millones de desempleados, con
cerca de dos millones de personas, no en el umbral si no en la pobreza extrema;
cientos de casos de corrupción, con unos responsables de las entidades financieras
quebradas, intocables penalmente, que además se han adjudicado indemnizaciones
multimillonarias, mientras unos cuantos miles de modestos ahorradores,
jubilados en muchos casos, han visto desaparecer el producto de toda una vida
de esfuerzos y sacrificios, con el engaño de las preferentes. No sigo, la lista
es larga, sin dejar de citar el célebre caso de la trama Gurtell y el
específico del “gran Pepe Barcenas.
La
ciudadanía hace tiempo que empezó a situar al monarca en la cumbre de un
sistema de poder muy podrido, no solo por sus aficiones cinegéticas y
amatorias, sus peligrosas amistades y turbios negocios, sino por hacerse
públicas sus andanzas y vida poco ejemplar, precisamente en los momentos en que
se perpetraban contra los ciudadanos españoles brutales recortes de derechos y
libertades. El desencadenante de la oleada de impactos críticos tuvo lugar a
partir de conocerse, al no poder taparse, que la lesión sufrida por el Rey,
había sido en una cacería de elefantes, a la que había acudido con su amante,
como cualquier multimillonario dado a la gran vida. Todo habría quedado en un
rumor, extendido por los enemigos de la monarquía, de no haber ocurrido el
accidente que trajo tan funestas consecuencias. Años atrás se conoció que
cazaba osos borrachos en países del Este de Europa, sin que ocurriera nada. A
partir de aquella patética petición de perdón y del cristiano propósito de la
enmienda se puede decir que empezó un proceso de ruptura del tabú monarquía.
La
opacidad con la que han funcionado hasta el presente las finanzas de la Casa
Real es otro elemento a poner en el debe de la Corona. Se trata de una
institución que no es controlada por el Tribunal de Cuentas, tampoco lo es la
Iglesia Católica, a pesar de las importantes y desmesuradas sumas que reciben ambas de los presupuestos generales del
Estado.
También
ha quedado claro, para la gente de la calle, que el actual Jefe del Estado forma parte, de manera obscena, del club de
los poderosos; sin ir más lejos, su último viaje, a visitar a sus colegas de
las monarquías petroleras del Golfo Pérsico, no fue para interceder por los
derechos de las mujeres o por los disidentes que sufren feroces torturas. Quedó
claro que fue como jefe del lobby de los empresarios españoles con intereses en
esos países, como los célebres contratos para el proyecto de AVE a la Meca, en
los que, como es conocida costumbre, hay cantidades que se “donan” a la Corona
española, por esas “desinteresadas” gestiones con sus amigos, los sátrapas de
aquellas brutales tiranías.
Ha
insistido el monarca, en su mensaje a los españoles, en el factor estabilidad
de la monarquía, precisamente una de las elaboraciones míticas más jaleadas por
los defensores de la dinastía de los borbones. Sin embargo, hay que recordar
que, desde 1808 hasta nuestros días, no ha habido ni un solo rey o reina que
empiece y termine su reinado con normalidad institucional. Es conocido como se
inició el reinado de aquel felón llamado Fernando VII, tras sus vacaciones en
Francia, desde donde felicitaba efusivamente a los generales franceses por sus
victorias sobre los españoles, recomendándoles mano dura con este pueblo
levantisco y rebelde. De sobra se conocen las matanzas que después perpetró,
una vez que los ingenuos constituyentes de Cádiz lo proclamaron Rey. Su hija,
Isabel II, acabó en el exilio, y el hijo de esta, Alfonso XII, inició su
andadura con un golpe de Estado, por no hablar del hijo de este, Alfonso XIII,
que siguió los pasos de su abuela y murió desterrado. También se olvida que
hubo tres guerras civiles en el siglo XIX, que fueron dinásticas, y que hemos
tenido a reyes de otras dinastías, como José Bonaparte y Amadeo de Saboya. Como
pueden observar los lectores, con unos
pocos datos queda malparado el mito de la estabilidad.
No
hay que olvidar que el dimitido monarca lo es por haber sido nombrado heredero
del general Franco a título de Rey; o lo que es lo mismo, su “legalidad”
arranca de la arrebatada a la Segunda República por un golpe de Estado, que
desencadenó una guerra civil y cuarenta años de feroz tiranía. Incluso el padre de don Juan Carlos, el Conde
de Barcelona, citado en el discurso de abdicación, en aquella breve y triste
ceremonia de cesión de derechos, habló de “instauración” de la monarquía en la
persona de su hijo, es decir, se reconocía, paladinamente, que no era una
restauración, que no había continuidad dinástica, por lo que poco hay que
añadir, al haber “reconocimiento de parte”.
Por
mucho que se quiera decir lo contrario, los resultados de las elecciones
europeas del 25 de mayo han sido el elemento desencadenante de los
acontecimientos. El varapalo sufrido, por los dos principales partidos de
ámbito nacional, que no han alcanzado el 50 por cien de los sufragios
emitidos, no presagia un escenario
idílico para las Cortes que resulten de las próximas elecciones generales, es
decir, podría ocurrir que no se pudiera aprobar la Ley orgánica prevista en el
artículo 57.5 de la Constitución de 1978, por no darse una mayoría de signo
monárquico suficiente. A partir de ahí el escenario sería imprevisible, incluso
el de un proceso constituyente con la monarquía a debate. Evitar eso, y no otra
cuestión, es lo que ha hecho que todo se precipite, y que el señor Pérez
Rubalcaba pueda rendir un último servicio a la Corona.
Los
sondeos se han equivocado de modo estrepitoso en los pasados comicios, por lo
que pueden volver a errar y encontrarnos con unas elecciones municipales, las
más próximas, en las que el conjunto de fuerzas políticas, de distinto ámbito,
confrontadas con el bipartidismo se hagan con el gobierno de las más
importantes ciudades; a partir de ahí sí que puede cambiar de rumbo la
historia.
Con
una gran ligereza hablan estos días, todos los corifeos del poder, de la
ilegalidad de las pretensiones de los que apostamos por una consulta a la
ciudadanía, así como por un proceso constituyente. También, y en esto vuelve el
perro al vómito, el portavoz parlamentario del partido en el gobierno, reitera
que las banderas republicanas no son legales, y las homologa, con maldad o
ignorancia, con las franquistas del aguilucho. Con firmeza, con la misma que
defendemos la estabilidad de la forma de Estado republicana, presidencial o
parlamentaria, hay que decirles, también a esa procesión de muertos vivientes
de los ex ministros, que la consulta a los españoles está prevista en su
Constitución, en el artículo 92, cuando dice que: Las decisiones políticas de
especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos
los ciudadanos. Otros, algo más listos, apelan a encuestas y sondeos para
quitar importancia al asunto. Si estuvieran seguros de obtener un amplio
respaldo no tengo duda de que convocarían la consulta. A los que tienen alergia
a la tricolor no merece la pena rebatirles nada, solo, si es necesario, darles
en la cabeza con todas las sentencias dictadas por los tribunales que avalan la
plena legalidad de nuestra bandera, la única legitimada y plenamente
constitucional.
Continuaremos
con el serial, atentos a los movimientos de la Corte, y mientras tanto
recordamos el final de aquel poema del muy republicano José Bergamín, tras el
palaciego golpe del 23-F: “Eco de su
Narcisismo/ espejo de su ilusión /como es Borbón y Borbón/ se borboneó a sí
mismo. (Empieza con música de la zarzuela El
tambor de granaderos de Chapí. No se sabe cómo acabará. Ni si acabará. En
tamburrada o tamborileo)”.
ISABELO HERREROS
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