miércoles, 11 de junio de 2014

EL BORBÓN QUE SE BORBONEÓ A SÍ MISMO DOS VECES

«Hace tiempo que la ciudadanía empezó a situar al monarca en la cumbre de un sistema de poder podrido» 

To be or not to be!
Ilustración de Kiko Feria especial para 3 colores 3 

El borbón que se borboneó a sí mismo dos veces 

Conviene en estos días de prisas palaciegas no perder la compostura, ni dejarnos llevar  por la pasión, y analizar, en primer lugar, la abdicación de  Juan Carlos de Borbón, y de cómo se ha llegado a optar por esa solución, cuando se había negado esa posibilidad, y los voceros monárquicos nos señalaban a la Gran Bretaña, donde una octogenaria Isabel II sobrevive sonriente a  las hecatombes de dos siglos.
Principio tienen las cosas, y a ese pasado hay que recurrir siempre, si queremos entender lo que ha ocurrido. Achacar todo el desgaste de la actual monarquía a las tropelías consentidas del matrimonio Iñaki Urdangarín-Cristina de Borbón,  más la previsible imagen de la pareja, sentados en el banquillo de los acusados de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca, es simplificar demasiado algo muy complejo y que viene de muy atrás. El tiempo dirá si aquel rumor de abdicación que se produjo hace un tiempo, cuando aún no había estallado el caso Urdangarín, tenía visos de certeza; me refiero a aquella cena del titular de la corona con sus hijos, para anunciarles su intención de divorciarse e iniciar una vida en común con la “princesa” Corina. Habrá pasto para las revistas y programas “del corazón” durante mucho tiempo, con las andanzas de esa familia de parásitos, que viven como multimillonarios que son a nuestra costa.
Para especulaciones sobre las auténticas razones de la abdicación, y la rapidez con que se están abordando los trámites de la sucesión borbónica tendremos tiempo para escribir despacio. Lo que ahora nos conviene analizar, es, de todos los hechos negativos incontrovertibles que se conocen, relativos a la Casa Real, los que han pesado más en la decisión. Como elementos indiscutibles, que han afectado y afectan a la Corona en su credibilidad y prestigio, se encuentran la actual crisis política y económica, con seis millones de desempleados, con cerca de dos millones de personas, no en el umbral si no en la pobreza extrema; cientos de casos de corrupción, con unos responsables de las entidades financieras quebradas, intocables penalmente, que además se han adjudicado indemnizaciones multimillonarias, mientras unos cuantos miles de modestos ahorradores, jubilados en muchos casos, han visto desaparecer el producto de toda una vida de esfuerzos y sacrificios, con el engaño de las preferentes. No sigo, la lista es larga, sin dejar de citar el célebre caso de la trama Gurtell y el específico del “gran Pepe Barcenas.
La ciudadanía hace tiempo que empezó a situar al monarca en la cumbre de un sistema de poder muy podrido, no solo por sus aficiones cinegéticas y amatorias, sus peligrosas amistades y turbios negocios, sino por hacerse públicas sus andanzas y vida poco ejemplar, precisamente en los momentos en que se perpetraban contra los ciudadanos españoles brutales recortes de derechos y libertades. El desencadenante de la oleada de impactos críticos tuvo lugar a partir de conocerse, al no poder taparse, que la lesión sufrida por el Rey, había sido en una cacería de elefantes, a la que había acudido con su amante, como cualquier multimillonario dado a la gran vida. Todo habría quedado en un rumor, extendido por los enemigos de la monarquía, de no haber ocurrido el accidente que trajo tan funestas consecuencias. Años atrás se conoció que cazaba osos borrachos en países del Este de Europa, sin que ocurriera nada. A partir de aquella patética petición de perdón y del cristiano propósito de la enmienda se puede decir que empezó un proceso de ruptura del tabú monarquía.
La opacidad con la que han funcionado hasta el presente las finanzas de la Casa Real es otro elemento a poner en el debe de la Corona. Se trata de una institución que no es controlada por el Tribunal de Cuentas, tampoco lo es la Iglesia Católica, a pesar de las importantes y desmesuradas sumas que reciben  ambas de los presupuestos generales del Estado. 
También ha quedado claro, para la gente de la calle, que el actual Jefe del Estado  forma parte, de manera obscena, del club de los poderosos; sin ir más lejos, su último viaje, a visitar a sus colegas de las monarquías petroleras del Golfo Pérsico, no fue para interceder por los derechos de las mujeres o por los disidentes que sufren feroces torturas. Quedó claro que fue como jefe del lobby de los empresarios españoles con intereses en esos países, como los célebres contratos para el proyecto de AVE a la Meca, en los que, como es conocida costumbre, hay cantidades que se “donan” a la Corona española, por esas “desinteresadas” gestiones con sus amigos, los sátrapas de aquellas brutales tiranías. 
Ha insistido el monarca, en su mensaje a los españoles, en el factor estabilidad de la monarquía, precisamente una de las elaboraciones míticas más jaleadas por los defensores de la dinastía de los borbones. Sin embargo, hay que recordar que, desde 1808 hasta nuestros días, no ha habido ni un solo rey o reina que empiece y termine su reinado con normalidad institucional. Es conocido como se inició el reinado de aquel felón llamado Fernando VII, tras sus vacaciones en Francia, desde donde felicitaba efusivamente a los generales franceses por sus victorias sobre los españoles, recomendándoles mano dura con este pueblo levantisco y rebelde. De sobra se conocen las matanzas que después perpetró, una vez que los ingenuos constituyentes de Cádiz lo proclamaron Rey. Su hija, Isabel II, acabó en el exilio, y el hijo de esta, Alfonso XII, inició su andadura con un golpe de Estado, por no hablar del hijo de este, Alfonso XIII, que siguió los pasos de su abuela y murió desterrado. También se olvida que hubo tres guerras civiles en el siglo XIX, que fueron dinásticas, y que hemos tenido a reyes de otras dinastías, como José Bonaparte y Amadeo de Saboya. Como pueden observar  los lectores, con unos pocos datos queda malparado el mito de la estabilidad.
No hay que olvidar que el dimitido monarca lo es por haber sido nombrado heredero del general Franco a título de Rey; o lo que es lo mismo, su “legalidad” arranca de la arrebatada a la Segunda República por un golpe de Estado, que desencadenó una guerra civil y cuarenta años de feroz tiranía.  Incluso el padre de don Juan Carlos, el Conde de Barcelona, citado en el discurso de abdicación, en aquella breve y triste ceremonia de cesión de derechos, habló de “instauración” de la monarquía en la persona de su hijo, es decir, se reconocía, paladinamente, que no era una restauración, que no había continuidad dinástica, por lo que poco hay que añadir, al haber “reconocimiento de parte”.
Por mucho que se quiera decir lo contrario, los resultados de las elecciones europeas del 25 de mayo han sido el elemento desencadenante de los acontecimientos. El varapalo sufrido, por los dos principales partidos de ámbito nacional, que no han alcanzado el 50 por cien de los sufragios emitidos,  no presagia un escenario idílico para las Cortes que resulten de las próximas elecciones generales, es decir, podría ocurrir que no se pudiera aprobar la Ley orgánica prevista en el artículo 57.5 de la Constitución de 1978, por no darse una mayoría de signo monárquico suficiente. A partir de ahí el escenario sería imprevisible, incluso el de un proceso constituyente con la monarquía a debate. Evitar eso, y no otra cuestión, es lo que ha hecho que todo se precipite, y que el señor Pérez Rubalcaba pueda rendir un último servicio a la Corona.
Los sondeos se han equivocado de modo estrepitoso en los pasados comicios, por lo que pueden volver a errar y encontrarnos con unas elecciones municipales, las más próximas, en las que el conjunto de fuerzas políticas, de distinto ámbito, confrontadas con el bipartidismo se hagan con el gobierno de las más importantes ciudades; a partir de ahí sí que puede cambiar de rumbo la historia.
Con una gran ligereza hablan estos días, todos los corifeos del poder, de la ilegalidad de las pretensiones de los que apostamos por una consulta a la ciudadanía, así como por un proceso constituyente. También, y en esto vuelve el perro al vómito, el portavoz parlamentario del partido en el gobierno, reitera que las banderas republicanas no son legales, y las homologa, con maldad o ignorancia, con las franquistas del aguilucho. Con firmeza, con la misma que defendemos la estabilidad de la forma de Estado republicana, presidencial o parlamentaria, hay que decirles, también a esa procesión de muertos vivientes de los ex ministros, que la consulta a los españoles está prevista en su Constitución, en el artículo 92, cuando dice que: Las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos. Otros, algo más listos, apelan a encuestas y sondeos para quitar importancia al asunto. Si estuvieran seguros de obtener un amplio respaldo no tengo duda de que convocarían la consulta. A los que tienen alergia a la tricolor no merece la pena rebatirles nada, solo, si es necesario, darles en la cabeza con todas las sentencias dictadas por los tribunales que avalan la plena legalidad de nuestra bandera, la única legitimada y plenamente constitucional.
Continuaremos con el serial, atentos a los movimientos de la Corte, y mientras tanto recordamos el final de aquel poema del muy republicano José Bergamín, tras el palaciego golpe del 23-F:   “Eco de su Narcisismo/ espejo de su ilusión /como es Borbón y Borbón/ se borboneó a sí mismo. (Empieza con música de la zarzuela El tambor de granaderos de Chapí. No se sabe cómo acabará. Ni si acabará. En tamburrada o tamborileo)”.

ISABELO HERREROS

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