martes, 10 de junio de 2014

MONARQUÍAS

«En España no hay una monarquía, sino mil» 

Las monarquías proliferan en España

Monarquías 

El problema de la monarquía en España no es que hay una, sino que hay miles. La forma de organización suprema de un Estado es un símbolo poderosísimo que reverbera hasta en el más escondido reducto de la sociedad. La monarquía se refracta así en mil monarquías y cada una de ellas a su vez en otras mil monarquías, en una progresión geométrica que acaba embotándolo todo.
El rey ha estado 39 años en el poder, pero todos conocemos políticos que llevan los mismos años pegados al erario público y que aún seguirán emulando hasta la muerte la cualidad vitalicia de un monarca. Al trono se llega por sucesión, sin un refrendo, ¿pero no ha llegado de forma parecida Susana Díaz a la presidencia de Andalucía? Fue elegida por Griñán, y su proclamación como candidata se hizo en unas primarias precipitadas, evidentemente amañadas por el Aparato. Lo mismo ha ocurrido con su pobre antagonista, Moreno Bonilla, éste elegido simplemente a dedo por Rajoy. ¿Y el Parlamento y el Senado? Son los reyezuelos que reinan en cada partido los que toman las decisiones, que luego votan dócilmente sus lacayos. Hay monarquía en la Universidad, cuando son los hijos quienes acceden a las cátedras de los padres y de los abuelos. Hay monarquía en los consejos de administración de las empresas, la hay en los organismos del Estado. ¡Monarquías por doquier, en todas las esferas y a todos los niveles!
En los puestos claves del país se instalan, pues, aquellos que mantienen una relación sanguínea, sentimental o ideológica con los poderosos que los anteceden, de modo que la organización monárquica permea toda la pirámide, desde lo más bajo a lo más alto. Es comprensible la merma de España y su postración cuando el talento y la creatividad encuentran de modo sistemático cerradas las puertas, esas celosas puertas que sólo se abren por motivos ajenos a las necesidades reales.
¿Con qué derecho exigimos que la excelencia triunfe si en la máxima institución del Estado cuentan los genes? ¿Podemos pedir a los ciudadanos lo que no le pedimos al jefe del Estado? La cuestión crucial entre monarquía o república no radica en el coste de la primera, que puede ser más o menos elevado según lo que decida el país, ni en que también hay repúblicas bananeras, sino en que los peldaños que ascienden a la cima de la montaña deben estar expeditos para quienes deseen transitar por ellos. De este modo se ofrece el saludable mensaje de que, primero, no hay sagrarios vedados; y segundo, que el único requisito para penetrar en ellos son la preparación, la voluntad, el afán de servicio o la ambición.
El mensaje es aún más trascendente en los países mediterráneos, tan dados al enchufe y al nepotismo, por lo que la monarquía les suele ser letal, ya que alimenta sus más ancestrales defectos. La monarquía planta ante los atónitos ciudadanos la contradicción que se establece entre lo que necesita y anhela un país y su negación radical en la cumbre de la pirámide. Los elogios desmedidos de estos días a la institución, esas unanimidades sospechosas entre la casta privilegiada, tienen como misión enterrar la consciencia que ha comenzado a abrirse en el pueblo. ¡Ninguna de las miles de monarquías que prosperan felizmente en España quiere desaparecer!

GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 10 de junio, 2014

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