sábado, 18 de abril de 2015

FORMAS DE LLAMAR A LA REPÚBLICA

Poema leído en la cena republicana celebrada el 17 de abril de 2015 en el restaurante granadino Paco Martín

Gregorio Morales Villena lee el poema "Formas de llamar a la República" dedicado a la cena de confraternización republicana celebrada el 17 de abril de 2015 en el restaurante granadino Paco Martín. Foto: Laura Rodríguez Mejías

Formas de llamar a la República


Por los laboratorios de la República
circulan todas las sangres
menos la sangre azul.
O también la sangre azul
pero por alambiques mestizos,
igualitarios, colectivos.

La República tiene su olor
que no es el perfumado olor de los palacios
sino el agreste de la vida abriéndose camino
a través de la creatividad y la existencia.

La República tiene su león rugiente,
que no es el león mimado,
criado en jaulas,
alimentado con generosidad,
domesticado,
instruido en los rugidos,
sino el león libre de la selva
que lucha por la vida,
el león experimentado
que conoce las luces y las sombras,
que ha probado la sangre
y sabe que todas las sangres son idénticas.

La República no es un hormiguero
con una reina madre imperante,
sino un cielo de mariposas tricolores
que vienen de larvas justamente alimentadas.

La República es una televisión
que no saja los títulos de crédito,
donde todo tiene un nombre
y ese nombre es tan valioso
como el oro de la publicidad.

La República no presume de la ausencia de libros,
razón que lo articula todo
y sin la cual no hay sentido ni experiencia.
La República no alimenta la algarabía de los curanderos,
el ruido estentóreo de brujos y chamananes.

La República es un científico,
una aviadora,
un barrendero,
una directora de cine,
un humanista,
un albañil,
una filósofa.

La República es una biblioteca,
un disco duro,
un ebook,
un discurso de Azaña
un poema de Rafael Guillén,
un libro de Antonina Rodrigo,
una cena en Paco Martín.

La República no está fuera,
está dentro.
La República no hay que aguardarla,
está ya.
La República eres tú
cuando pones las acciones
por encima del apellido,
cuando no le exiges al país
más que a ti mismo,
cuando ves las capacidades
del ser más vil,
cuando no impones peaje para circular por las arterias
y cada cual puede llegar por sus propios pies
al corazón que lo impulsa todo.

Tú eres la República.
Tú ejerces la presidencia de la República.
Tú conduces la República allá a donde vas,
eres los pies, las manos, las palabras de la República.

Somos ciento veinte comensales en Paco Martín,
ciento veinte repúblicas
y, por tanto, una sola República
porque, teniendo todos abiertos los mismos caminos,
las repúblicas confluyen como los afluentes de un río
y conforman un inmenso océano.
Océano que es de ayer, de hoy, de mañana.
Océano de mil nombres, de mil apariencias.
Océano que muchos llamamos «Tercera República».


Gregorio Morales Villena
Cena republicana en el restaurante Paco Martín
Granada, 17 de abril, 2015

miércoles, 15 de abril de 2015

FIRMAR EN BARBECHO

«Podríamos colegir que la infanta firmaba “en barbecho”, pero casi nunca es una coartada para eludir la responsabilidad que corresponda en cada caso»

Firmando "en barbecho" 

Firmar en barbecho 

A pesar de todas las zancadillas que el régimen ha puesto para que, por primera vez en la historia de España, se siente en el banquillo de los acusados un Borbón, el procedimiento judicial ha seguido su curso. Las dificultades del propio caso, así como los impresentables alineamientos del Fiscal y  del Abogado del Estado con la defensa de la Infanta Cristina de Borbón y Grecia, no han amilanado en absoluto la voluntad de un Juez, José Castro, por que se conozca la verdad de robos, prevaricaciones, saqueos de arcas públicas, y enriquecimientos a costa de los impuestos de los ciudadanos, perpetrados por miembros de la Casa Real española.
En la fase final del procedimiento, cuando las partes tienen que presentar escritos que recojan sus peticiones para el juicio, así como los medios de prueba de que intenten valerse, la Infanta no solo se declara inocente, sino que pretende un trato de favor, con la argumentación ya trillada de que firmaba sin saber lo que le ponían delante de sus narices. Como no lo puede negar, por estar sobradamente acreditado, reconoce que era propietaria al 50 % de la sociedad Aizoon, pero niega la mayor, es decir, que no era cooperadora necesaria y que no tenía conocimiento de la trascendencia de lo que le pasaban para estampar su firma. En una nueva vuelta de tuerca a la normativa legal, nos encontramos ante una tesis que, de ser aceptada, echaría por tierra unas cuantas leyes y miles de sentencias de los más altos tribunales de nuestro país. Otra línea argumental de defensa, aunque no la citen, por la corrupción y prevaricación que hubo en aquello, es la llamada doctrina Botín, y que hizo que aquel “patriota”, con su fortuna a buen recaudo fuera de España, se fuera de rositas, porque no había acusación popular, y tanto el Fiscal como el Abogado del Estado, en un ejercicio de cinismo sin precedentes, decidieron no acusar al banquero de delito fiscal; es decir, una vez más, dispararon con “pólvora del Rey”, pues los perjudicados éramos todos los contribuyentes y no fuimos consultados acerca de aquel regalo que la Agencia Tributaria realizó al difunto don Emilio. Nadie ha sido objeto, a pesar de ese precedente, de tal beneficio, antes al contrario, es casi seguro, no solo pagar con creces lo defraudado, con multas e intereses, sino pasar una temporada en Soto del Real o Alhaurín de la Torre por conducta similar.
Otras perlitas de la línea argumental de defensa, y que no tienen desperdicio, son las relativas a la “intensa vida personal, institucional y profesional” de Cristina de Borbón, y donde llegan a citar, en el colmo de la desvergüenza, su pluriempleo entre la Caixa, la Casa Real y sus obligaciones de madre de cuatro hijos. Todo ello, al parecer, le impedía “estar al corriente de múltiples gestiones directamente vinculadas con la economía familiar”.  De igual calado es la de que “tenía conocimientos mínimos de fiscalidad”.  Toda esta literatura, que no tiene consistencia jurídica para librar a nadie de sus responsabilidades, pone también en evidencia las mentiras que la propaganda monárquica ha repetido a lo largo de los años. ¿No quedamos en que tenía un altísimo cargo en la Caixa por su sólida preparación, y que acudía a diario a trabajar?  ¿No nos habían dicho que se ocupaba de sus hijos y de su casa como cualquier española de clase media?
Podríamos colegir, y puede que sea cierto, que la Infanta “firmaba en barbecho”, dicho en términos castizos. Hay una larga tradición en nuestro país al respecto, pero ello casi nunca es una coartada para eludir la responsabilidad que corresponda en cada caso. En la Administración de Justicia, y algo conozco de ello, muchos jueces y secretarios firman todo aquello que los funcionarios les pasan, en la mayoría de los casos sin leer apenas la resolución de que se trate. Esto no ha mejorado con la implantación, en algunos tribunales, de la firma electrónica. Hace como treinta años estalló en Madrid un escándalo de corrupción en el seno de los juzgados de la Plaza de Castilla; precisamente tuvo que ver con la denuncia una jueza, Manuela Carmena, hoy candidata a la alcaldía de Madrid. En realidad lo que ocurrió fue que se aprovechó un caso muy flagrante para sacar a la luz una situación generalizada de mordidas, sobornos, y todo tipo de prácticas corruptas en los juzgados de lo civil de la capital. Tuve algo que ver con el pequeño grupo de personas, entre ellas la citada magistrada, que se organizó para denunciar aquella situación y por ello guardo memoria y documentación del asunto. Recuerdo que la línea argumental de jueces y secretarios fue que firmaban “en barbecho” todo lo que les pasaban sus funcionarios, por la sobrecarga de trabajo y por la relación de confianza que existía. Lo cierto es que estos altos funcionarios consiguieron salir bien del sumario, si bien algo tocados en su prestigio profesional. Hubo uno de aquellos jueces, déspota además con sus subordinados, que un día, tiempo después, firmó sin saber una petición de traslado, de la que no pudo retractarse, pues hubiera quedado muy mal, además de no conseguir la anulación del escrito. 
Hay una inveterada costumbre en esto, madres que firman compromisos de pago de sus hijos, o familiares que firman avales bancarios con sus bienes como garantía. Esposas que firman papeles de sociedades instrumentales de bienes gananciales para pagar menos a Hacienda; esto lo hacen miles y miles de los que claman al cielo por el cumplimiento con Hacienda, como varios ministros, y todos los que en este país tienen para pagarse un asesor fiscal. Lo que nadie argumenta, cuando la Justicia o el Fisco les pillan es que no sabían lo que firmaban, y si lo hacen da igual
En cuanto a la profesión que conoce bien la infanta, la de miembro de la Casa Real española, tiene también a sus espaldas una larga tradición de “firmar en barbecho”. Claro que, cuando el que firma es el titular de la corona, o el regente o la regente, la cosa puede tener consecuencias graves, en particular para los afectados. Pero nadie les ha pedido después responsabilidad por los desafueros, salvo en una ocasión, y que fue durante la Segunda República, con la histórica sentencia que las Cortes Constituyentes aprobaron tras enjuiciar los delitos cometidos por Alfonso XIII.  Se creía entonces, tras el apoyo mayoritario del pueblo español recibido por el régimen del 14 de abril, que quedaban en el rincón de la historia aquellos Borbones, todos firmantes “en barbecho”, de expropiaciones ilegales, de venta de bienes de bienes del Patrimonio Nacional como propios, de leyes injustas, de golpes de Estado militares, de órdenes de represión brutal en las colonias, de sentencias de muerte de republicanos, etc., etc., es decir aquellos Borbones a los que las urnas señalaron el camino hacia el puerto de Cartagena, tras siglos de guerras civiles y latrocinios. Volvieron de la mano de Franco, los seguimos soportando, son los mismos. ¿Hasta cuándo?
Hoy, como ayer, ¡Viva la República!

ISABELO HERREROS

lunes, 6 de abril de 2015

¿POR QUÉ SOY REPUBLICANO?

«Psicológicamente hablando, la Monarquía no es buena para quien la ostenta ni para quien la padece» 

Gregorio Morales Martínez, alcalde repubicano de Alomartes (Granada) y abuelo del autor del artículo 

¿Por qué soy republicano? 

Soy republicano, pero no por odio a la figura real. Tanto Juan Carlos I como Felipe VI tienen las mismas virtudes y debilidades que el resto de nuestros políticos. Si fuera republicano como reacción a sus defectos, ¿cómo debería reaccionar hacia los defectos del resto de la clase política? ¿Pediría por ello la Dictadura? No me mueve ninguna animadversión. Por más que la virtud de nuestros monarcas resplandeciera inmarcesible, yo sería republicano.
Tampoco lo soy porque mi abuelo lo fuera, porque tratase de defender la legalidad republicana y fuese fusilado junto a su primogénito mientras una familia numerosa quedaba en la miseria, en adelante obligada a aparentar adhesión al franquismo para sobrevivir. Si mi abuelo y mis tíos hubieran sido monárquicos, yo sería republicano.
No lo soy tampoco porque los españoles no hayan podido elegir aún entre Monarquía o República, ya que, si hubiera un referéndum y saliese Monarquía, aunque acataría sus resultados, yo seguiría siendo republicano.
No lo soy por romántica añoranza, no padezco de zapaterismo, caracterizado por una nostalgia de sainete, una idealización mítica, naif, del período comprendido entre 1931 y 1939, del que no se me ocultan las luces y las sombras. No es el pasado el que busco, sino el presente. Aunque no hubiera habido II República, yo sería republicano.
Tampoco lo soy porque crea que, en una República, habría leyes mejores o el pueblo estaría necesariamente mejor gobernado. Todos conocemos republicas infaustas, dictatoriales, bananeras, nepotistas, corruptas. Aunque todas las republicas fuesen un desastre, yo seguiría siendo republicano.
¿Por qué soy republicano?
Lo soy porque conozco el poder inmenso de las ideas. Y no hay idea más colosal, más permeable, que un símbolo, es la más efectiva arma que conoce la humanidad. No resulta en consecuencia gratuito el símbolo monárquico, que clausura el acceso de los españoles a la máxima institución del Estado. Es un símbolo que relega el mérito, la igualdad, es un claro mensaje de que la sangre prima sobre el talento y el trabajo.
Soy republicano porque he constatado cómo una Monarquía engendra pequeñas monarquías que a su vez se ramifican en otras pequeñas monarquías, y así ad infinitum, y esto ocurre en la política, en las empresas, en la educación, en la cultura... Los genes, el apellido, el abolengo, se erigen como razón suprema de la Jerarquía, arrinconando las aptitudes, lo que gangrena un país, estanca su movilidad social y grilla el camino hacia la excelencia.
Soy republicano porque, cuando la misma familia se perpetúa en el poder, lo normal es que lo transforme en “cosa nostra” y, así, las buenas prácticas se enrarecen, lo extraordinario se adocena, el pueblo se desdibuja y el Aparato comienza a servir no a la nación, sino a los individuos que la representan.
Soy republicano porque resulta injusto que la jefatura del Estado recaiga siempre en la misma familia, es un privilegio desmedido, y todos los privilegios resultan antidemocráticos. ¿Por qué razón los hijos reales nacen con un estatus que no se han labrado por sí mismos? ¿Cómo pedir entonces a nuestros propios hijos esfuerzo y superación?
Soy republicano por psicología. Conociendo al ser humano, sé que quien nace con un privilegio lo considera natural, algo que le pertenece, que tiene garantizado, y lo que se considera propio es normal que se obvie... Psicológicamente hablando, la Monarquía no es buena ni para quien la ostenta ni para quien la padece; en ambos casos, socava lo que se conoce por “individuación”, el crecimiento hacia uno mismo: a los príncipes y monarcas, los condena a la infatuación; al pueblo, a la minoría de edad.
Soy republicano porque, en tanto que perteneciente al pueblo, quiero asumir mis propios aciertos y errores, quiero hacerme responsable de mis éxitos y fracasos, quiero tener el estímulo de lo bien hecho y el sinsabor de lo mal hecho. Me niego a depositar ambos extremos en manos de papá. Prefiero una República con equivocaciones a una Monarquía con aciertos. ¿Qué persona sensata no optaría por los peligros de la vida, con sus alegrías y tristezas, fruiciones y sinsabores, a ser el eterno hijo protegido y mimado de sus padres? ¡Hay que salir de la jaula dorada! Permanecer en ella conduce a la depresión. Los pueblos amparados, cuya conducción no reside en sus manos, acaban siendo pueblos enfermos, como España lo es hoy. ¡Con errores, sí, pero con salud! Si vamos al precipicio, que vayamos conducidos por nosotros mismos no por pilotos vitalicios.
Soy republicano porque no creo en pirámides con vértices inamovibles, sino en la fuerza dinámica del individuo, en su capacidad creativa, de cambio, de renovación. Siempre hay una persona que encarna lo que un país necesita en un momento determinado, y deseo construir los mecanismos para que esta persona se abra paso con los menores obstáculos posibles. Es hermoso pensar que esa persona puede estar mezclada con nosotros en cualquier sitio, en la escuela, en la fábrica, en el campo, en la Universidad, y no en las lujosas estancias de un palacio.

GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 14 de abril, 2015