miércoles, 19 de noviembre de 2014

PUJOL, UN PADRINO CON BARRETINA

«Tengo la convicción de que el actual caso Pujol no se va a solventar con justicia» 

Jordi Pujol haciendo patria
Ilustración especial para 3 colores 3 de Kiko Feria 

Pujol, un padrino con barretina 

A veces, cuando la verdad no es soterrada por pequeños intereses políticos, la realidad tozuda nos muestra en toda su podredumbre a una clase dominante catalana corrupta y tan reaccionaria como la que más, hermanada desde tiempo inmemorial con su homologa castellana, o madrileña. Pero como cada día tiene su afán, de lo que hoy quiero escribir es del origen de la fabulosa fortuna de clan Pujol, cuyo patriarca, Florencio, era conocido en los ambientes del estraperlo de post-guerra como Pujolet, por su escasa estatura.  Dado que nadie, y menos aún la Agencia Tributaria, se ha creído lo de la herencia de papá, vamos a aportar nuestro grano de arena al debate. No he tenido que trabajar mucho para los datos, pues cuanto estalló el escándalo de Banca Catalana, allá por el año 1984, me encargaron en el semanario para el que trabajaba el seguimiento del sumario judicial, cerrado en los años sucesivos con prevaricación, tras un acuerdo de Jordi Pujol con Felipe González, que refrendó un tribunal indigno, estableciéndose a partir de entonces una doctrina de impunidad para delitos similares, eso sí a costa, en aquellos años, de la desgracia de los perjudicados de las  “preferentes catalanas”, y de las arcas públicas españolas, que, como veremos, sufrieron grave quebranto.
Corría el año de gracia de 1984, de la nunca finalizada transición, con Felipe González en la Moncloa y Miguel Boyer en Alcalá 9, cuando estalló el llamado caso Banca Catalana, del que se ha vuelto a hablar en los últimos meses, con más pena que gloria, y con los lamentos de uno de los fiscales obligados entonces a envainarse la acusación, Jiménez Villarejo, tras la vergonzosa actuación del pleno de la Audiencia Territorial de Barcelona, acordando el archivo de las actuaciones.  Los de más edad recordarán como un latrocinio similar o superior al de Bankia fue convertido en “un agravio a Cataluña”, si se atrevía la justicia a investigar y sentar en al banquillo a una banda de delincuentes de cuello blanco, comandados por un botiguer llamado Jordi Pujol, y que debían todo a su parentesco con la corrupta oligarquía franquista.
En los años que van desde la crisis internacional del petróleo de 1973, hasta comienzos de los años ochenta, la economía española estaba muy mal, con reformas aplazadas por el superior interés de la transición a la democracia;  aún no estábamos en Europa, las industrias iban de mal en peor y el Estado, para evitar males mayores, había creado una suerte de hospital para bancos en apuros, es decir, con dinero de todos los españoles, como de costumbre, se evitaron quiebras, se apuntalaron fortunas y unos cuantos banqueros ladrones se fueron de rositas, eso sí, tras dejar en la ruina a unos cuantos miles de pequeños ahorradores, como fue el caso de Banca Catalana.
Pero vamos al origen de aquel escándalo, cuyas consecuencias llegan al presente. La historia empieza con otro nombre: Banco Industrial del Mediterráneo. Este banco había sido fundado a finales de 1972, como “banco industrial de negocios”, con mayoría de socios catalanes, aunque vinculados en algunos casos a la oligarquía mesetaria y franquista. Nos encontramos apellidos como Bufill Bernardes, Renau Manén, Buxeda Nadal, Folch Vázquez, Gaspart, Salvá Miquel, los Negre, familiares de Tomás Garicano Goñi, ministro de la gobernación de 1969 a 1973, y un largo etcétera. Muy pronto experimentó un crecimiento espectacular, que se hizo notar en los círculos económicos, y que puso la mosca detrás de la oreja a algún que otro funcionario del Banco de España. El señuelo de su captación de clientes no era otro que el pago de “extratipos”.  En 1977, a cinco años de su fundación, el banco creció un 70 por 100, y batió el record en la evolución de recursos ajenos dentro de toda la banca española de entonces.
El “líder” de aquel tinglado era Julio Martínez-Fortún Soler, un financiero de dudosa reputación, pero que se movía muy bien en los círculos del poder. Atrajo a los consejos de administración de las sociedades del grupo a personajes como el entonces teniente general Ibañez Freire, Francisco Fernández Ordoñez, ministro primero con UCD y después con el PSOE,  Fernando Liñán, ministro que había sido del gobierno de Carrero Blanco. Fue en plena expansión del banco cuando Julio Fernández-Fortún empezó a llevarse grandes sumas de dinero a Panamá, con la excusa de la fundación allí de un banco, con un capital inicial de 250 millones de pesetas. Durante un tiempo tuvo participación en el negocio Emilio Botín. Todas las operaciones del banco se hacían a través de un holding, PROBIMSA, y que era una sociedad financiera que actuaba como cabecera del grupo de especuladores  que controlaba el banco, en cuyo consejo de administración ya se había sentado el antes citado Francisco Fernández Ordoñez, a la sazón ministro de Hacienda desde el 4 de julio de 1977. Otra de las causas del fulgurante crecimiento del banco se debía a estrechos vínculos con cajas de ahorro, una de ella, la de Zaragoza, Aragón y Rioja, apoyó con inversiones de dudosa rentabilidad las iniciativas empresariales del banco. Lo cierto es que el viejo timo del pago de extratipos o intereses desmesurados pronto iba a reventar.
En junio de 1978 la estrecha relación con las cajas de ahorro dio lugar a una oferta de compra del banco por parte de la Caja de Ahorros de Valencia, pero no se llegó a formalizar, en buena parte por las reticencias que tenía entonces el Banco de España, pues la operación suponía, como ha ocurrido años después, la perdida de los fines fundacionales de estas entidades, creadas para cumplir una determinada  función social, y ayudar a los pequeños negocios, y no para que gentes sin escrúpulos y sin preparación alguna  lleguen a banqueros o a los consejos de administración de las compañías eléctricas.
Todo iba bien, aparentemente viento en popa, pero el Banco de España sabía que no era así, y se habían detectado irregularidades y salidas de capital hacia Panamá, donde estaba instalado el presidente de la entidad, Julio Martínez-Fortún. La apariencia, solo la apariencia,  era de solidez, con unos depósitos de 30.300 millones de pesetas y una red de 38 oficinas, la mayoría en Cataluña. Lo cierto es que la falta de liquidez precipitó los acontecimientos, los gerifaltes granujas del banco, en algunos casos, ya habían puesto pies en polvorosa, con unas cuantas carteras repletas de billetes,  pero aún intentaron que el Banco de la plaza de Cibeles les echase una mano. Fue entonces, cuando la dirección del Banco de España, junto con el Ministerio de Hacienda, cuyo titular era Fernández Ordoñez, a la vez consejero de PROBINSA,  propiciaron la venta a Banca Catalana, por entonces una pequeña banca de provincias, propiedad de los Pujol,  con las marcas muy modestas de Banco de Barcelona, Banco Mercantil de Manresa y Banco de Gerona .
Ya ven los lectores que poco cambian las cosas en España, también en el reciente desastre de Bankia había un Fernández Ordoñez, pero en esta ocasión al frente del Banco de España. La operación se hizo a finales de enero de 1979, por el irrisorio precio de 801.000.- pesetas, sí, amigo, ha leído bien: el equivalente a 4.814,11 euros, es decir, un regalo, a peseta la acción del banco. Además de esto el Banco de España otorgó a Pujol y sus amigos un crédito de más de 6.000 millones de pesetas en condiciones muy ventajosas de interés, prácticamente un regalo. Es decir, desde el gobierno español se dieron todo tipo de facilidades, a costa nuestra como siempre, para que el nacionalismo catalán representado por Pujol se hiciera con un banco mediano en el negocio financiero de nuestro país.
La secuencia del desastre, es decir, cómo una entidad bancaria saneada y en expansión, es arruinada y saqueada por una banda organizada de depredadores y chorizos, puede trasladarse a guión cinematográfico con facilidad, solo que en unos casos los delincuentes portan bandera monárquica española y en otros barretina y señera. Daría para unos cuantos artículos más, con el consiguiente cansancio de los lectores, contar todo lo que ocurrió en Banca Catalana hasta el desastre final, por lo que vamos a las consecuencias del escándalo.  
En la magistral defensa que hizo entonces de Pujol, su abogado, Joan Piqué Vidal, no se negaron los fraudes y las apropiaciones sustanciosas de dinero; lo que negaba el letrado, con más entusiasmo que datos, era que Pujol hubiera metido la mano. Aquel letrado, profesor de Derecho Penal, conocía bien el entramado de Banca Catalana, y también de Renta Catalana,  que citamos por la relación que tuvo esta otra entidad con la caja B de la banca pujolista. El abogado había sido, nada menos, que secretario general de la entidad bancaria, y estuvo a punto de ser obligado a cambiar su situación procesal, y pasar de abogado defensor a testigo o, incluso procesado. Él y otros letrados, también intervinientes en el caso, resulta que habían sido quienes, como “parte contratante” se las habían visto en noviembre de 1982, cuando todo iba a pique, con los accionistas del banco, en junta general. Con una brillante actuación, digna, eso sí, del abogado de don Vito Corleone, Piqué consiguió que los accionistas no acudieran a los tribunales y que optasen por esperar a acuerdos y pactos, “entre buenos catalanes”, para recuperar algo de sus dineros. Lo que son las cosas, resulta que el Joan Piqué de entonces tenía cierto parecido físico con el actor Robert Duvall, aquel que en la pantalla daba vida a Tom Hagen, el abogado de los Corleone en El Padrino.
La aportación que hizo entonces el Estado, para apagar el fuego, fue de 400.000 millones de pesetas, sí, lector, así fue. Si quiere haga usted la traslación a euros, que a mí me da vergüenza. Ya es conocido cómo salió Pujol inmaculado de aquello, tras ser  aclamado por las multitudes, de derechas e izquierdas, cuando desde un balcón de la plaza de Sant Jaume homologó su imputación con un agravio, un ataque a Cataluña. Fue el letrado Piqué el que fraguó todo tipo de pactos entre bambalinas, durante varios años, para que aquel sumario acabase arrumbado en una audiencia, con gran daño para la imagen de la Justicia, tras aquel gran escándalo. 
El citado Joan Piqué, autor de algunas monografías de derecho penal, se creía, como su jefe Pujol, intocable. La actitud de muchos jueces y magistrados, ante este personaje, era la de auténticos lacayos. Era mucho su poderío, pero vino a caer en desgracia hace unos años, como consecuencia de su relación con Pascual Estevill, aquel juez elevado a consejero del Poder Judicial por CIU, y que fue condenado por extorsiones económicas, realizadas mientras se desempeñaba como magistrado-juez en Barcelona. Los dos ilustres juristas dieron con sus huesos en prisión, dada la evidencia de sus sucios negocios.
Como final, y para entender la complejidad de los escándalos financieros en España, y, al menos, explicarnos a nosotros mismos por qué no prosperan las querellas y demandas de justicia, miremos un poco de reojo hacía el pasado, y veremos a las diferentes oligarquías haciendo trampas, para, eso sí, no pisarse entre la manguera entre bomberos, pero a costa de arruinar a los más débiles.
En 1983, ante la situación creada por los desfalcos y latrocinios realizados en el  grupo Banca Catalana, se traspasó la entidad a un consorcio del resto de banqueros españoles. Finalmente el Banco de Vizcaya, ya por entonces con afinidad nacionalista, se hizo con el 89 % de las acciones, así como con el control del Banco Industrial del Mediterráneo y Banco Industrial de Cataluña. En 1984 Pujol era incluido en la querella de la Fiscalía, junto al resto de directivos de aquella banca, creada, nos decían, para “fer país”. Tras la vergüenza de la gran concentración nacionalista en la Plaza de San Jaume, Pujol fue excluido del sumario, si bien se continuó su instrucción respecto de 18 ex consejeros del banco quebrado. Más de 3.000 folios y otros 65.000 en documentos acumulaban las diligencias judiciales. Los cargos de la acusación eran graves: apropiación indebida, falsedad en documento público y mercantil, maquinación para alterar el precio de las cosas y algunos otros hechos también contemplados en el Código Penal vigente entonces. Finalmente, y tras los embarullamientos que fue consiguiendo el equipo de abogados de la defensa, el sumario fue sobreseído en marzo de 1990, con gran daño para la Justicia, perjuicios fabulosos para las arcas públicas y la ruina de muchos ciudadanos. Todo quedó en que hubo una gestión imprudente e incluso desastrosa.
Pero a lo que vamos, a nuestra encrucijada histórica actual, con una confrontación política Gobierno español-Generalitat de Catalunya, institución esta última que representa al Estado en aquella comunidad autónoma; que no se olvide este aserto de Perogrullo para saber de qué estamos  hablando. Y ocurre este grave conflicto mientras que sale a flote, como si se tratase de un viejo barco pirata hundido hace siglos, la podredumbre de un clan mafioso, los Pujol, treinta años después del escándalo Banca Catalana, y que es el origen de todo lo que hoy se está conociendo, según mi modesta opinión. Ni el político más lerdo se puede creer lo de la herencia de don Florencio Pujol, sobre todo después de que la hermana del ex president manifestase su desconocimiento de la existencia de tal legado; es decir, y esto en términos legales: “A confesión de parte, relevo de prueba”.
Esperaba con ingenuidad que la comparecencia del fundador de Convergencia Democrática de Catalunya ante el Parlament aportase algo más de lo que ya conocemos a través de los medios de comunicación. Decepción y pena, por ver como el viejo taimado sigue siendo el gran padrino de su partido y aledaños. Treinta años después las mismas apelaciones al patriotismo, que, como se ha citado por ahí invocando a Samuel Jhonnson, mal traducido por cierto, es el último reducto de los canallas. Léase entre líneas la primera intervención de Pujol y se verá como hay unos cuantos mensajes, unos dirigidos a sus aún subordinados, empezando por Artur Mas, y otros dirigidos a Madrid. Toda una puesta en escena, pero con advertencias en caso de que se siga adelante. Es decir, Pujol podría hablar si quisiese, por ejemplo, de la alianza financiera gestada en Barcelona, allá por 1990, para ayudar al emirato de Kuwait, por entonces invadido por Sadam Hussein; podría hablar también de Grand Tibidabo y de la participación en el holding de Javier de la Rosa y del entonces tesorero del Rey, Manuel Prado, y así un largo etcétera de asuntos y negocios turbios de los que tuvo en su día información privilegiada. 
Tengo la convicción de que el actual caso Pujol, como todo lo que afecta a los poderosos de nuestro país, no se va a solventar con justicia, es decir con castigo para los actos delictivos, reparación a los perjudicados y celeridad en las actuaciones judiciales. Antes bien, asistiremos a un proceso de desgaste del Poder Judicial, que se verá, como es habitual, presionado y con permanente boicot de todas sus actuaciones. También, una vez más, el PP, el PSOE y la Corona, optarán por ayudar,  con impunidad y descrédito de la Justicia, a la oligarquía catalana representada por CIU. En privado se les escuchará decir de nuevo, aquello de que “son unos chorizos, pero los necesitamos para mantener la estabilidad política del Estado”. Después del fiasco de la consulta para la secesión catalana, se escuchará en Madrid que hay que echar una mano a CIU, que hay que tender puentes y recomponer la situación, y, una vez más, entre los asuntos en los que el Estado deberá de ser generoso será cierta manga ancha para la regularización de capitales, así como la aplicación de prescripciones, facilidades en definitiva para que, de nuevo, Pujol y su clan se vayan de rositas.
De aquellos polvos vinieron estos lodos, y también  la célebre “herencia de don Florencio”, oculta durante todos estos años, a buen recaudo, lejos de Cataluña y de la Agencia Tributaria. ¿Se desandará el camino, y se llegará ahora a donde no se quiso llegar  hace treinta años? No tengo por costumbre hacer predicciones, pero me temo lo peor.

ISABELO HERREROS

miércoles, 15 de octubre de 2014

GALDÓS E INGLATERRA

«Galdós vino a ser, como ya indicara Clarín, “un español a la inglesa”» 

Benito Pérez Galdós y Charles Dickens 

Galdós e Inglaterra 

Sabemos que Galdós aprendió de niño la lengua inglesa en el colegio de San Agustín, en Las Palmas. Y este simple aprendizaje, según un historiador de nuestra literatura, Don Ángel Valbuena Prat, fue decisivo y determinó el estilo literario del novelista, con su “forma premiosa y su vulgar habla”.
Disentimos. Nunca hemos visto un inglesismo en una página de Galdós, y, siguiendo al escritor español muerto en el exilio londinense, Esteban Salazar Chapela, creemos que hablar de “premiosidad” refiriéndose al escritor canario, resulta tan extraño como atribuírselo a Lope. Y en cuanto a la “vulgar habla”, nos preguntamos, ¿qué otra habla usaron  Dickens, Balzac y Dostoievski? Obras de tanto tonelaje como las de estos escritores no se han hecho nunca con el cortaplumas de Stevenson ni con el buril de Valle-Inclán.
Pero la realidad es que nuestro Galdós, aprendió de niño la lengua de Shakespeare, hecho que creemos no se percibe en su prosa, pero que le abrió muy pronto la ventana al gran panorama de la literatura, y sobre todo, de la novela inglesa. En ella encontró a su “maestro más amado”, Carlos Dickens, que murió en 1870, fecha en que Galdós publicaba su primera novela, La Fontana de Oro. O sea que Cervantes, Dickens y Balzac fueron la gran trilogía en la que el joven Galdós aprendió a convertirse en el mejor novelista español de los siglos XIX y XX, por no decir de todos los tiempos.
El hispanista Gerald Brenan, en una muy sugestiva historia de la literatura española, o del pueblo español, como él la llama, escribe literalmente: “Si el lector que no conoce español desea tener una idea general de lo que es una novela de Galdós imagine una de las mejores obras de Balzac, añádale el calor y el color y el sentido melodramático de Dickens y agregue el grave tono irónico de Cervantes”. Todo esto está muy bien para ingleses principiantes en nuestra literatura, pero la gran verdad es que todas las novelas de Galdós son muy particularmente suyas, muy españolas y muy de su tiempo.
Pero nos vemos obligados a abandonar tan apasionante tema cual es el de las influencias y las originalidades, y limitarnos a decir que Inglaterra, como nación, estuvo y sigue estando muy presente en la producción galdosiana. Además de su idioma, Galdós conocía muy bien Gran Bretaña, país que visitó con frecuencia. Londres era la ciudad europea (aparte de Madrid, naturalmente), que más gustaba al novelista.
Estas reflexiones vienen motivadas por la aparición, por primera vez en tomo separado, de la narración del viaje que Galdós hizo en 1889, a la casa natal de Shakesperare, en Stratford-on-Avon. Con el título de La casa de Shakespeare, vio la luz en 1906, en un tomo de miscelánea, Memoranda, y allí ha permanecido dormido hasta su actual recuperación. La impresión que le causó debió ser fuerte, pues recuerda ese viaje en sus desmemoriadas memorias. Se trata de unas deliciosas páginas descriptivas del suave paisaje inglés, y de la casa y el museo del autor de Hamlet. “Lo que más atrae mi atención es la carpeta que se dice fue usada por Shakespeare cuando recibió la primera enseñanza en Grammar School, las cartas de Quincey y los originales de los contratos que el poeta celebró con empresas teatrales…”.
Visita después su tumba, y transcribe las inscripciones, tanto en latín como en inglés:

                                       Detente, pasajero, ¿por qué vas tan aprisa?
                                       lee, si puedes, quién es aquel colocado por
                                                                                  (la envidiosa muerte
                                       dentro de este monumento: Shakespeare, con quien
                                       la vívida Naturaleza murió; cuyo nombre adorna esta tumba,
                                       mucho más que el mármol, pues cuando él escribió
                                       supo convertir el arte en mero paje, servidor de su genio:

                                                            OBIT ANNO 1616.- ETATIS 53, DIE 23 AP.

“Desde luego afirmo, escribe Galdós al principio de su viaje, que no hay en Europa sitio alguno de peregrinación que ofrezca mayor interés ni que despierte emociones tan hondas, contribuyendo a ello no sólo la majestad literaria del personaje a cuya memoria se rinde culto, sino también la belleza y poesía incomparable de la localidad”.
Sabemos que Galdós fue solo a visitar la casa y tumba de Shakespeare. Su gran amigo Pepe Alcalá Galiano, nieto del famoso liberal Alcalá Galiano, que también estuvo exiliado en Inglaterra huyendo del furor asesino de Fernando VII, sabemos que no le fue nada fácil llegar hasta tan entrañable rincón inglés.
Pero no solamente nos habla el novelista canario de este lugar de peregrinación. Visita igualmente emocionado el parlamento Inglés, la plaza de Whitehall, donde en un modesto palacio tuvo lugar uno de los acontecimientos más destacados de la historia inglesa: la ejecución del rey Carlos I, el 30 de enero de 1649. Fue víctima de su orgullo y de su desprecio del Parlamento inglés. “Este acontecimiento, escribe Galdós, punto culminante de la historia de Inglaterra, marca una ejemplaridad política que reaparece de tarde en tarde en la conciencia de otros pueblos europeos”. Y termina diciendo  que no quiere hacernos una disquisición prolija sobre el sistema inglés, “que es admirable y debiera ser ejemplo de todo el mundo”.
Momento también emocionante es cuando en la abadía de Westminster, en el llamado Rincón de los poetas, se encuentra con la tumba de su amado maestro Dickens, y en estas breves páginas nos deja una confesión literaria de enorme importancia y trascendencia. “Consideraba yo a Carlos Dickens, escribe, como mi maestro más amado. En mi aprendizaje literario, cuando aún no había salido yo de mi mocedad petulante, apenas devorada La comedia humana, de Balzac, me apliqué con loco afán a la copiosa obra de Dickens. Para un periódico de Madrid traduje el Pickwick, donosa sátira, inspirada, sin duda, en la lectura del Quijote. Dickens la escribió cuando aún era un jovenzuelo y con ella adquirió gran crédito y fama. Depositando la flor de mi adoración sobre esta gloriosa tumba me retiro del panteón de Westminster…” Fue una pena que no le diera tiempo a visitar el museo de Pintura. Serían muy curiosas sus impresiones.
Al comprobar los voluminosos libros donde firman los visitantes, le asombra la ausencia  de nombres españoles. “Creo que soy de los pocos, sino el único español, que ha visitado aquella Jerusalén literaria y no ocultaré que me siento orgulloso de haber rendido este homenaje al altísimo poeta…”.
En un momento determinado vuelve su vista a España, la gran obsesión de Galdós, y se lamenta. “Honor insigne para un país es guardar los restos de sus hombres eminentes. Nuestra incuria nos impide vanagloriarnos de esto. Aunque sabemos que los huesos de Cervantes yacen en las Trinitarias, y en Santiago los de Velázquez, no podemos separarlos de los demás vestigios humanos que contiene la fosa común”.
En fin, tanto en sus novelas como en sus colaboraciones periodísticas hay muestras de su conocimiento y de su pasión por las formas de la vida política inglesa. Bien es verdad que el viejo liberal español siempre ha mirado con simpatía a Francia y sobre todo a Inglaterra, y Galdós perteneció por su ideología, por su sentimentalidad  y por el sentido general de su obra a ese selecto grupo, y en ciertos aspectos vino a ser, como ya indicara Clarín hace muchos años, “un español a la inglesa”.

JOSÉ ESTEBAN
15 de octubre, 2014

domingo, 28 de septiembre de 2014

LOS TRES LADRONCITOS

«Se comprueba que toda la familia consigue estar urdangarinizada» 

Jesús Ortiz, María del Carmen Álvarez y Henar Ortiz, padre, abuela y tía de la reina Letizia 

Los tres ladroncitos 
Cuento de miedo 


El Juzgado de Instrucción número 1 de Cangas de Onís ha abierto
 juicio oral contra Henar Ortiz, Menchu Álvarez del Valle y Jesús
 Ortiz, tía, abuela y padre respectivamente de la Reina Letizia,
 por un presunto delito de insolvencia punible. La acusación
particular pide dos años de prisión. La jueza les requiere una fianza
solidaria de 41.149 euros. El fiscal no ha presentado acusación.

L. A. Vega, La Nueva España, Oviedo, 26 de setiembre 2014


Se comprueba que toda la familia
consigue estar urdangarinizada:
cuando la tita Henar es acusada,
la abuela Menchu todo lo concilia.

También el buen Jesús de gorra auxilia
y en este cuento nadie paga nada,
que tienen la sentencia coronada
porque el fiscal padece borbonfilia.

Menchu, Jesús y Henar, tres complacientes
que estafan con muy pocas pretensiones,
no aciertan a imitar a sus parientes.

Pudiendo delinquir con ambiciones
se conforman con timos excedentes:
necesitan seguir unas lecciones.

No saben ser borbones
para hacer que se colme su codizia
con sólo usar el nombre de Letizia.

ARTURO DEL VILLAR

miércoles, 24 de septiembre de 2014

LOS TRAFICANTES DE RESTOS

«Remover huesos ilustres es un canto a la vanidad de aquellos que felizmente no la necesitan» 

Traslado de los restos del poeta Manuel José Quintana al cementerio de la Almudena el 11 de marzo de 1922, en compañía de los del novelista Ramón Ortega y Frías, el general Evaristo San Miguel y la cantante Constanza Roseville. La Acción, 11-III-1922 

Los traficantes de restos 

De vez en cuando, quizá coincidiendo con la rotación de las estaciones, los traficantes de huesos, o de muertos, o de restos atacan de nuevo. Son una especie que se reproduce entre nosotros con cierta facilidad y se propaga de siglo en siglo, con caracteres coincidentes y con idénticos procedimientos. ¿Cuándo vamos a dar por terminada nuestra conflictiva historia y dar descanso definitivo a nuestros no menos conflictivos muertos? ¿Por qué no les dejamos en paz y en los sitios donde quisieron o se vieron obligados a morir? Pues no. De vez en cuando los irredentos traficantes de restos atacan de nuevo y quieren dar un giro de noventa grados a lo que ha sido nuestra historia y a confundir a sus tranquilos, inocentes y, también a veces, ignorantes paisanos.
La historia viene de lejos. Al, quizá, primer poeta moderno de España, al insigne don Juan Meléndez Valdés, sus restos, junto los de su amigo Goya, fueron los primeros en no gozar una paz definitiva. Muerto en Montpellier y enterrado, quizá por extravagancia, o por ser gran cantor del vino, en una bodega, se le llevó después furtivamente a una iglesia. En 1828, por iniciativa de don Nicasio Gallego y el duque de Frías, se inhuman sus restos en el cementerio de Montpellier y definitivamente, en 1886, fueron llevados a Madrid. Así, el poeta a quien sus compatriotas obligaron a exiliarse, volvió, naturalmente sin su consentimiento, a la patria que en vida le había sido tan hostil y, junto con sus adversarios políticos, descansa en el cementerio de San Isidro y en el panteón de hombres ilustres, donde también reposa Goya muerto como él en Francia.
Caso también sangrante es el del traslado del asimismo poeta Quintana y contra el que arremetió duramente don Manuel Azaña: “No hay duda –escribió-: desenterrar a los muertos es pasión nacional. ¿Qué incentivos secretos tienen para el español los horrores de ultratumba que no se satisface con ponderarlos a solas y ha de ir a escarbar en los cementerios a cada momento? ¿Vocación de sepultureros, realismo abyecto, necrofagia? De todo hay en esta manía. Aquí la hemos denunciado más de una vez”. (Manuel Azaña, “Quintana en la infausta remoción de sus huesos”, La Pluma, marzo de 1922).
En tono irónico, el gobernante republicano avisa a toda persona notoria que se muera a hurtadillas y se entierre con nombre supuesto si quiere reposar en paz; de otro modo irán a cribarle las cenizas cuando menos lo espere. “Nadie está libre. Quien hasta ahora no se ha dejado desenterrar, como Cervantes, incurre en falta. ¡Ah, si el esqueleto del manco apareciese! ¡Qué embriaguez! ¡Cuántas procesiones y carrozas, qué profusión de reliquias, cómo nos revolcaríamos en la fosa abierta, poseídos de furia patriótica sepulcral!”. (Idem).
En 1925 se repatrían los restos de Ganivet a Granada. A su paso por Madrid, la Universidad organiza un homenaje, en el que la sombra de Unamuno, que está exiliado, sobrevolaba en todos los discursos ante la negativa de la Dictadura a que se leyese una carta del escritor. “Deberían no haberte traído”, escribe en segunda persona. Y si bien Unamuno aprovecha para arremeter contra la autoridad, se ve clara su postura contra los traficantes de restos.
Y ahora le ha tocado el turno a don Antonio Machado, exiliado y fallecido en Colliure, en el sur de Francia, contra su voluntad, su tumba, como antes la de Larra, ha sido objeto de peregrinaciones y congresos. Pero, ahora, de repente, los traficantes de restos atacan de nuevo e intentan remover sus huesos, para llevarlos no se sabe dónde.
Pero no importa, lo significativo es removerlo. Y es algo que ya previó Carlos Barral que, en sus memorias, arremetió contra esos futuros traficantes. “Cada vez que se habla de trasladar los huesos republicanos de Machado a cualquiera de esas ciudades donde ejerció su penitencia de profesor miserable, cosa que me parece innecesaria y en cierto modo disparatada en el caso de alguien con tan dispersa patria chica….”.
Por otra parte a estos traficantes de restos les queda aún mucho por hacer, si es cierto, como cantó el poeta Martínez de la Rosa, que

“no hay una tierra en el mundo
sin una tumba española”.

Es, pues, una carrera que, una vez comenzada, no tiene fin. Si se trae a Machado, ¿por qué no repatriar los restos de Max Aub, de Corpus Barga, de Cernuda, de Moreno Villa y tantos otros? ¿Por qué no, lo que ya se ha propuesto alguna vez, del propio Manuel Azaña?
El escritor Juan Goytisolo, en las páginas de opinión de El País, escribió que, cuando se enteró de la propuesta de una diputada argentina de trasladar solemnemente los restos mortales de Borges desde Ginebra, donde falleció, al cementerio bonaerense de La Recoleta, para su eterno reposo junto a los padres de la patria, incluida Evita Perón, se echó a temblar. “¡Otra vez la ceremonia grandiosa, los discursos grandilocuentes, la exposición del féretro en el Congreso de los Diputados, las notas vibrantes del sacrosanto himno nacional!”, escribió. Para el escritor, en el caso de Borges, se trataba de un puro disparate. Borges, como Machado y como Azaña, pertenecen exclusivamente a sus lectores.
Por ello nada más elogioso que las rotundas palabras de Maria Kodama impidiendo que los restos del autor de El Aleph fueran llevados al famoso cementerio en procesiones cívicas y apuntándose los sucesores del general Perón, enemigo personal del escritor, un tanto que no les corresponde.
Goytisolo estima que los hispanos somos muy aficionados a esta exhibición de autobombo que, como vemos, ataca en diferentes tiempos y a gentes de distintas ideologías. Pero nadie puede atribuirse el derecho a su manipulación post mortem, aduciendo grupos, partidos, religión o ideología. Transportar, por ello, sus cadáveres a hombros de militares o paisanos ilustres, o frailes o campesinos, a un templete glorioso o a una tumba anónima, es una apropiación abusiva e indebida.
La última barrabasada fue cometida con los restos del poeta Juan Ramón Jiménez, traído a España y enterrado en Moguer contra la voluntad expresa del poeta y recibidos por los mismos que habían contribuido a su tremendo exilio y cuyo premio Nobel, en 1956, le fue concedido, precisamente contra esos mismos vencedores. “Tenemos que reconocer que es la literatura española exiliada y perseguida a la que se otorga el Premio Nobel, y que es esa literatura la más alta expresión de la espiritualidad española”, escribió Victoria Kent, en su Revista Ibérica.
¿A quién benefician estos traslados?
Remover huesos ilustres nos parece un canto a la vanidad de aquellos que felizmente no la necesitan, y en muchos casos, como en el de Machado no la buscaron y por ello fallecieron donde tuvieron que fallecer y allí, pese a quien pese, deben continuar.
Y aún hay más. En estos días, por si la fiesta y jolgorio fueran poco, el presidente Nicolás Sarkozy se suma al coro internacional de traficantes de restos e inicia una campaña para trasladar los de Albert Camus, glorioso escritor francés. Otra vez la parafernalia, los desfiles, las pompas fúnebres en marcha. Parece ser que tiene razón Juan Goytisolo cuando atribuía a origen francés nuestra afición al traslado de restos ilustres. Pero como en el caso de Borges, sus descendientes parecen no estar por la labor y quieren dar al traste con los sueños de grandeza del presuntuoso presidente francés. Para los hijos de Camus, sería todo un contrasentido tanta pompa y fastos, que contrastan con la manera austera de concebir la vida que tuvo el autor de La peste. También quieren impedir que el presidente de los franceses se beneficie de una memoria que no le corresponde.
En fin. Quiero terminar tal y cómo lo hizo el gran escritor, recordando, y haciendo mías las últimas voluntades del dirigente y pedagogo republicano don Francisco Ferrer Guardia:

“Deseo que en ninguna ocasión próxima o lejana, no por uno ni otro motivo, haya manifestaciones de carácter religioso o político ante mis restos”. Añadía que debemos ocupar el tiempo dedicándonos a los vivos. Por otra parte, en el caso de Antonio Machado, contamos con unos versos premonitorios de Gloria Fuertes, “Tarjeta postal para Antonio Machado”, escritos e incluidos en un volumen de homenaje al gran poeta, Versos para Antonio Machado:

Antonio ¿tú qué piensas / de estos homenajes?
¿Te gustan? ¿Te disgustan? / ¿te dan…  justicia? Habla.

JOSÉ ESTEBAN

jueves, 14 de agosto de 2014

UNA ROSA OLVIDADA

«Matilde tenía en el momento de su asesinato “legal” 40 años y había sido directora de la Prisión Provincial de Mujeres de Valencia» 

Matilde Revaque Garea, fusilada el 13 de agosto de 1940 

MATILDE REVAQUE GAREA, UNA ROSA OLVIDADA 

Hace setenta y cuatro años, un 13 de agosto de 1940, era fusilada en Madrid, ante las tapias del cementerio del Este (La Almudena) la funcionaria del Ministerio de Justicia  Matilde Revaque Garea. Fueron compañeros de infortunio, aquella madrugada, ocho hombres, algunos de ellos policías de la República, algo gravísimo entonces, como lo era el haber sido directora de una prisión de mujeres. Matilde tenía, en el momento de su asesinato legal, 40 años, y había sido directora de la Prisión Provincial de Mujeres de Valencia, el más alto cargo ocupado por una mujer del cuerpo femenino de prisiones creado por Victoria Kent, una vez que las mujeres pudieron acceder a este colectivo de funcionarios, que hasta entonces no existía y cuya función estaba encomendada por el gobierno de la Monarquía a las monjas de la Orden de la Merced. Como era habitual, en aquellos simulacros de juicio organizados por el régimen franquista, no fue admitida prueba alguna a la procesada, y todo se basó en unas acusaciones de maltrato, presuntamente infligidas a “damas de España”, encarceladas por su pertenencia un partido que había sido declarado ilegal por la República, la Falange, por su probada actividad criminal.  No quedó acreditada participación alguna en los crímenes de los que se acusaba a Matilde, antes al contrario, todas las denuncias partían, no de familiares de alguna victima de la represión ilegal en el territorio controlado por la República, sino de las “damas de España”, todas vivitas y coleando, sobrevivientes del “terror republicano”, como era el caso de Pilar Millán Astray, o de Caridad Valero Julve, esta última alto cargo de la Sección Femenina de la Falange durante muchos años, y no hace mucho homenajeada en Castellón, tras su defunción, por haber sido concejala durante el franquismo, con el voto a favor de toda la corporación, incluida la izquierda.
Desde hace unos meses trabajo en la biografía de Matilde, una mujer que había sido maestra nacional, y que se incorporó por vocación a la reforma penitenciaria republicana, desde su condición de funcionaria. Había nacido en el pueblo vallisoletano de Serrada, si bien su familia se asentó pronto en Santander, donde Matilde realizó sus estudios, al igual que su hermano, Jesús Revaque, que llegaría a ser un relevante pedagogo en los años republicanos y que después, en el exilio mexicano, dirigió muchos años el emblemático Colegio Madrid.
La primera vez que leí el nombre de Matilde Revaque Garea fue en una entrevista  realizada a la profesora Guillermina Medrano, tras regresar de su exilio en EEUU a su Valencia natal. Guillermina, que había sido una mujer precursora en muchas cosas, entre otras en ser la primera mujer concejal del Ayuntamiento de Valencia, hablaba con admiración de Matilde,  mujer de vanguardia y cultísima, y que fue presidenta del grupo de Mujejes de Izquierda Republicana. A partir de ahí empecé a recabar datos y papeles, con la intención de dar a conocer la trayectoria de una de las mujeres más interesantes de nuestra Segunda República.

En fecha reciente, como cada año, se ha celebrado en Madrid un homenaje a las conocidas como Trece Rosas, militantes algunas de la JSU, organización aneja al PCE en los años de la guerra civil, y que fueron fusiladas un día 5 de agosto de 1939. Un año más, Matilde  Revaque, y su compañera del cuerpo de prisiones Isabel Huelgas, también fusilada, han sido olvidadas. Sirvan estas líneas de modesto homenaje y recuerdo ante tanta amnesia.

ISABELO HERREROS 

lunes, 11 de agosto de 2014

NOTAS SOBRE LA ABDICACIÓN

«Juan Carlos era un rey por “dedazo” del carnicero dictador Franco» 

Franco, fundador de la actual dinastía monárquica española 

Notas relacionadas con la abdicación del Borbón 


Parece obvio que los grandes poderes económicos (el Fondo Monetario Internacional, FMI; la omnipotente Banca; las opulentas grandes empresas) y sus grandes vasallos, esto es, los poderes políticos, han dicho “basta” a este reyezuelo desprestigiadísimo que ya no puede garantizarles como hasta ahora sus saqueos y pillaje al sufrido pueblo supuestamente soberano.
     En efecto, el resultado de las Elecciones del 25 de mayo, con el hundimiento del bipartidismo celtíbero colaborador con dicho dúo de grandes amos del poder y la gloria (si se me permite mal plagiar este título de Graham Greene) ha apremiado a dichos poderes económicos y políticos a decir “hasta aquí”. Obediente, el “régimen” de apareamiento PP-PSOE (lo que no quiere decir que ambos sean mellizos o equivalentes) ha dejado o hecho caer al monarca. Ocho días después de las Elecciones, éste se va.
     Cabe recordar que Juan Carlos era un Rey ilegítimo, por más que fuese “legal” (“leyes”, haber haylas hasta en las más canallas dictaduras). Queremos decir que era un rey por “dedazo” del carnicero dictador Franco, para acceder a cuya corona hubo de traicionar y vender a su propio padre, quien encarnaba la “legitimidad monárquica” y que no aceptó este dedazo del “caudillo” fascista socio de Mussolini y Hitler. No lo aceptó ni cuando Franco designó a Juan Carlos para sucederle, en el verano de 1.969, ni cuando el mismo accedió a la corona, occiso el dictador, el 22 de noviembre del 75.

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A los Borbones ya los ha echado el pueblo español varias veces (Isabel II y Alfonso XIII), sin contar que Carlos IV se echó a sí mismo al abdicar en Napoleón. Cuando estaban definitivamente liquidados del trono de España (desde 1.931), el dedazo de un dictador sangriento, que se hizo “Jefe del Estado” apoyándose en Mussolini y Hitler, gracias a los cuales dinamitó a la II República, puso otra vez en el trono a Juan Carlos de Borbón, que se ciscó en los “derechos” dinásticos de su padre.
      Intentan vendernos la cabra de que a Juan Carlos y sus sucesores los admitimos los españoles al aprobar en referéndum la Constitución de 1.978 (ver su Art. 57). No, miren ustedes: una Constitución tiene dos caras o pieles, una jurídica y otra política. Y la cara o dimensión política nos dice que los españoles votaron dicha Constitución porque, si no la votaban, no había más alternativa que continuar con las “Leyes Fundamentales” de la dictadura militar-fascista. En suma, al pueblo no se le ha permitido legítima y verdaderamente expresarse.
      De modo que el “príncipe Felipe” no puede ser Rey de los españoles sin pasar antes por un referéndum monarquía-República. Porque, en consecuencia de lo que decimos, el Régimen legítimo sigue siendo la República en tanto no haya un referéndum República-monarquía sin las coacciones y compulsión inherentes al referéndum del 6-12-78.
      Todo esto sin contar que Juan Carlos, encima, ha dejado completamente desprestigiada a esta monarquía por dedazo del dictador: que si enriquecimiento espurio, que si amantes y elefantes, que si urdangarines y cristinas imputadas, etc, etc.
      En fin, ahí están las encuestas república-monarquía. Y ahí están aplaudiendo a la monarquía los banqueros como Botín y los presidentes de grandes empresas. En fin, ya veremos si el PSOE sabe estar a la altura de la Historia y del Pueblo.

JOSÉ LUIS PITARCH

miércoles, 6 de agosto de 2014

MILITARES PROGRESISTAS EN ESPAÑA

«Tras el “Desastre” del 98, los militares se sentirán víctimas, abandonados por los políticos, ensimismados, refugiándose en la protección del monarca»

José Luis Pitarch, presidente federal de Unidad Cívica por la República y autor del presente artículo
Foto: Unidad Cívica por la República

Militares progresistas en España: De Riego a la Unión Militar Democrática

Amaneciendo el 29 de julio de 1.975, grupos de militares y guardias civiles irrumpían en los domicilios del comandante Luis Otero y de los capitanes José Fortes, Restituto Valero, Fermín Ibarra, Antonio García Márquez, Fernando Reinlein y Manuel Fernández Lago, del Ejército de Tierra, este último ausente, y del capitán del Ejército del Aire José Ignacio Domínguez, quien también estaba ausente. Procediendo a la detención de los primeros seis citados, lo que traía raíz de la denuncia formulada por el general jefe de la División Acorazada “Brunete”, Jaime Milans del Bosch (el luego golpista del 23-F), ante el capitán general de la I Región Militar, Ángel Campano (el primer “alférez provisional” que llegó a general, solía decir mi padre), seis días antes.
La siguiente madrugada, era detenido Fernández Lago, al regresar a casa, y los días 31 de julio y 1 de agosto también caían el capitán de Aviación Abel Ruiz Cillero y el de Tierra Jesús Martín-Consuegra. Domínguez, “el Cuchi”, en el extranjero, ya no regresó. Total, un comandante y ocho capitanes al trullo, todos de la guarnición de Madrid excepto Pepe Fortes, de la de Pontevedra (padre de la excelente escritora Susana Fortes, con la que uno comparte páginas de expresión en medios de prensa valenciana).
Parecía evidente el intento, por parte del mando castrense, de hacer ver que los nueve “malhechores” de la perversa UMD –cuyo delito era propugnar la democracia, e intentar disuadir a los militares de extrema derecha de que intentasen un golpe de estado retrofranquista contra las ansias de libertad del pueblo– eran sólo un grupúsculo sin otros tentáculos o concomitantes, no fuese a parecer que se trataba de algo extendido por toda España (como en realidad sucedía, particularmente en Barcelona con los Busquets, Guillermo Reinlein –hermano de Fernando–, Julve, Gurriarán, Delgado, Cardona, Díez Gimbernat, Juan Diego, Vázquez, López Amor, Sagrado, Perinat, Delás, Alonso, Miralles, Roura, Alejandro y Manuel Zanuí, y otros más). Al nombrado Fortes Bouzán, único no “madrileño” de los nueve, no hubo más remedio que trincarle también, posiblemente porque salía en las fotos de los servicios de información-espionaje franquistas junto a los detenidos de la capital del Reino (éste todavía, recordemos, bajo dictadura del césar marroquí, al que aún restaban cuatro meses escasos de vida, antes que le quitasen los tubos para que muriese el mismo día que José Antonio Primo de Rivera… sin parar mientes en que JAPR había muerto, en Alicante, la misma fecha que Buenaventura Durruti en la Ciudad Universitaria del “¡No pasarán!”, hermanada al Puente de los Franceses).
Pero estos intrépidos, conscientes capitanes y comandante detenidos, enseguida procesados, y vilipendiados paralelamente por intoxicadores servicios de “información” milicos; impúdicamente condenados ya muerto Franco, en marzo del 76 (el fascio castrense mantenía “prietas las filas, recias, marciales”); no amnistiados, de su expulsión del Ejército, por una Ley de Amnistía de 15 de octubre del 77 que incluyó a los etarras con delitos de sangre, o al asesino comisario de policía José Matute (que volvió de su huida al extranjero, con alto rango, a la Dirección General de Seguridad), pues dicha Amnistía reintegró en absoluta plenitud de sus derechos, y reincorporó a sus Cuerpos respectivos, a todos los funcionarios sancionados por actos de sesgo político… excepto a los funcionarios militares (acojonado el Gobierno por un Gutiérrez mellado que dijo que dimitía si reingresaban al servicio los “úmedos”); estos comandante y capitanes modelos de dignidad y auténtico patriotismo no reconocidos, HOY AÚN, pública e institucionalmente (porque nuestra “modélica transición” incluye guetos y embudos); estos nueve valientes ciudadanos de uniforme -–once más bien, pues la saña tardofranquista siguió juzgando y condenando en “consejos de guerra”, incluso después de las primeras elecciones democráticas de junio del 77 y de la Ley de Amnistía, a otros capitanes de la UMD como el citado J.I. Domínguez y el entrañable Antonio “Toño” Herreros-— NO ERAN, no son, una gota o EXCEPCIÓN en la Historia hispana de los dos últimos siglos. De lo que diremos dos palabras más abajo.
Ni los once, ni los demás que nos libramos del banquillo penal castrense sólo porque el fasciofranquismo no quería que cundiese la impresión de que éramos muchos, entre apuntados y simpatizantes de la UMD. Hasta tal punto que, celoso, quizá, el capitán general de la IV Región Militar (Cataluña), Salvador Bañuls, de su homólogo de Madrid, Campano, decidió –como máxima Autoridad Judicial militar de su Región, cargo anejo al de capitán general, pues la justicia militar ha solido ser a la justicia lo que la música militar es a la música, viejo adagio–, dos meses después de la detención, al filo de julio y agosto, de “los nueve” de Madrid y Pontevedra, decidió, digo, detener y procesar a su vez a tres “úmedos” de su virreinato catalán: López Amor, Juan Diego y Gurriarán, a quienes encerró en un castillo de Figueres. Pero mes y pico después se murió el césar bajito y, a las dos semanas de este óbito, Bañuls puso al trío en libertad. (Supongo que se lo mandaron de más arriba, que con lo de Madrid ya había bastante; ya que Bañuls era no poco “ultra”, ex legionario y ex División Azul, y no parece encajar que fuese una decisión muy suya; a más que estaba cercano a cesar en su cargo por edad, esto es, no tenía que contraer “méritos” para seguir haciendo carrera si había cambios democráticos). Anyway, suena de nuevo a lo de la justicia militar y la música. El caso es que Bañuls sobreseyó su procedimiento penal contra Gurriarán, Diego y López Amor. Me pregunto si la muerte repentina de dicho capitán general tres meses más tarde, a comienzos de marzo del 76, no vendría en parte de la rabieta de quedarse sin su cuerda de “úmedos”.
En fin, quizá no sea superfluo informar al auditorio de que la página web de la asociación “Foro Milicia y Democracia” incluye una relación de militares de los tres Ejércitos, bajo epígrafe “Hombres de la UMD”, que “de una manera u otra, participaron a favor de la democracia en el entorno de la UMD. Algunos no pertenecieron a la organización en su sentido estricto, pero le manifestaron su simpatía y (¿quizá “o”?) asistieron a algunas reuniones (…)” Figuran 13 militares de Aviación, 15 de la Armada o Marina, y 142 de Tierra. Total, 170. (Este mismo listado consta en el libro “Capitanes Rebeldes” de Fernando Reinlein). Por su parte, Julio Busquets confeccionó una lista de 140 militares, también de los tres Ejércitos, que “llegaron a estar realmente encuadrados en algún momento de la vida de la UMD”, lista que figura en su libro póstumo “Ruido de sables”, sacado adelante por Juan Carlos Losada (con un pequeñito error de decir que son “141”). Como sea, la UMD, en julio de 1.975, se encontraba en periodo de expansión, con sólo once meses de vida. Es probable que hubiese seguido creciendo, y uno mismo estaba organizando reuniones en Valencia con capitanes de dicha guarnición, donde me encontraba destinado, como Juan Esteve, por no citar otros nombres sin su consentimiento, pues en definitiva no se “apuntaron” con todas las consecuencias. No hay que olvidar que nuestro empeño “proselitista” era seguido por los sabuesos “orejines” y “orejones” (argot castrense de entonces) de los varios servicios de información, y esto se sabía, y disuadía un porrón a los simpatizantes. Como anécdota, añadiré que mi entonces profesor de Derecho Mercantil, el llorado Manuel Broseta, quizá el mejor profesor que he tenido, además de persona encantadora –posteriormente, víctima de atentado terrorista, en enero del 92–, me avisó de que el “alto mando” estaba barajando detenerme y procesarme, así que sacara de mi casa cualquier documentación comprometedora, etcétera. Broseta, hombre complejo, con una foto del “Che” en su despacho de alto standing y altas minutas en un céntrico edificio de Valencia, estaba muy relacionado, y sabía bastantes cosas.-
No son, decíamos, los militares progresistas meras excepciones o ínsulas en el cuerpo castrense durante los dos pasados siglos, por más que dicha Historia del XIX y XX haya sido un collage de regímenes despóticos tipo Fernando VII o Narváez, oligarquías autoritarias camufladas de democracia a lo Cánovas, reyes felones como el referenciado o perjuros como Alfonso XIII (magistralmente explicado tal perjurio por Borrás Betriu en “El Rey de los Cruzados”) o liderando alguna “corte de los milagros”, cual la ardiente Isabel II; y, cuando no bastaba, se iba a la dictadura pura y dura, ya sin disfraces, como postrer recurso, así las de Primo de Rivera o Franco. Sino que esta línea mayoritaria y carcunda no ha podido asfixiar, desde la Guerra contra Napoleón, el que hubiese siempre militares librepensadores y liberales avanzados, más cercanos al pueblo que a la coyunda eviterna del Trono y el Altar que parasitaba y controlaba el Estado, del brazo de los grupos económico-sociales dominantes.
Suelen conocerse como mílites progresistas del dominio público figuras cual la del mítico asturiano y masón don Rafael del Riego, que, a sus 35 años, el 1º de enero de 1.820, siendo teniente coronel, proclamara contra el infame Fernando VII la Constitución de 1.812, en Las Cabezas de San Juan, dando origen a un movimiento insurreccional por toda España que obligó al monarca a jurar dicha Constitución el 9 de marzo; y cuya gloria en vida duró dos años y medio, hasta la invasión extranjera de los “cien mil hijos de San Luis”, que significó su prisión y ahorcamiento en la plaza de la Cebada madrileña, ejecución por “alta traición” a la que uno gusta llamar “asesinato jurídico”; y la marcha militar de cuyas tropas constitucionalistas fue luego himno de soldados liberales de la guerra “carlista” de los Siete Años (1.833-39) –que terminó con el abrazo de Espartero y Maroto, magnífico y patriótico ejemplo histórico que desconoció la homicida y rencorosa soberbia de Franco un siglo más tarde– e himno igualmente de las revoluciones liberales del XIX, antes de ser el oficial de la II República.
Junto a Riego, como preclaros liberales, otros generales, así el citado Espartero, y Prim. Don Baldomero Fernández Espartero, de una modesta familia de los manchegos campos de Calatrava, que fue Jefe del Estado (Regente) nombrado por las Cortes en 1.841, mas no aceptó ser Rey tras la “Gloriosa” Revolución de 1.868 que expulsó del trono a Isabel II, padeció la inquina de los militares liberal-reaccionarios (llamados “moderados”) como Narváez, alma de la rancia “Orden Militar Española”, arquetipo de “la dictadura del sable” (que teorizaría Donoso Cortés), quien levantó, junto a O’Donnell y otros, una triunfante rebelión contra su Regencia en 1.843, debiendo Espartero exiliarse. Volvió como jefe de un Gobierno progresista once años después, repuso en marcha la obra desamortizadora de Mendizábal, enfrentándose con el Papa, impulsó la “Constitución nonata” de 1.856, que contemplaba una monarquía “nacional” (de la Nación) –igual que la de 1.812 y la de 1.837– en lugar de monarquía “tradicional” (retrógrada) como hacía la vigente Constitución de Narváez, de 1.845… hasta que sufrió de nuevo la traición de militares como el ambiguo general O’Donnell, lo que dio fin al “Bienio Progresista” 1.854-56. Y vivió con inmensa dignidad hasta cerca de los noventa años. Sus periodos de gobierno favorecieron la existencia de la Milicia Nacional, fuerza de seguridad de espíritu progresista creada por la Constitución de 1.812, de mandos civiles, no englobada en el Ejército, como sí lo sería la “Guardia Civil” (¡qué hipocresía, civil!) inventada por Narváez en 1.844. Fernando VII suprimió la Milicia en sus periodos absolutistas, e Isabel II siempre que pudo. Esta Milicia civil fue decisiva en el XIX, especialmente en las ciudades importantes, para lograr gobiernos progresistas. La Revolución de 1.868 la llamó Voluntarios de la Libertad, y fueron Voluntarios de la República cuando llegó ésta en 1.873.
Don Juan Prim y Prats, catalán de Reus, nieto de notario, enlazado con sectores de la burguesía adinerada catalana, es figura clave del siglo penúltimo. Sólo vivió 56 años, pues fue asesinado en la calle del Turco, hoy Marqués de Cubas, de Madrid, cuando era primer ministro, y todavía se discute quién organizó su muerte, como con Kennedy. Prim fue de los pilares fundamentales de la “Gloriosa” revolución de 1.868, y había pertenecido al partido progresista y llegado a diputado con sólo veintitantos años, a comienzos de década de los cuarentas. Era muy inteligente, valiente, tenaz, y sin duda liberal. De alma aventurera y decidida, heroica incluso, fue épico en las guerras, participó en mil conspiraciones y pronunciamientos, lo adoraron las masas. Mas su proyecto, como el de tantos militares metidos a políticos de su siglo, fue siempre muy personal (y tuvo comportamientos racistas duros, de capitán general de Puerto Rico cuanto de general en la guerra de Marruecos. Claro que en este saco habría que meter a muchos, como el posterior general mallorquín Valeriano Weyler, creador de los campos de concentración –de “reconcentración”, los llamó– de civiles, en las guerras de Cuba). Participó en el alzamiento contra el regente Espartero, y, una vez que ésta triunfó, se movió contra Narváez. Logró ascender a teniente general con 41 años, se unió entonces al partido “centrista”, Unión Liberal, fundado por O’Donnell, cuando éste se deshizo de Espartero en el 56 y se convirtió en jefe del Gobierno. Volvió al partido progresista en el 63, finalizada la era O’Donnell, tratando de ser el nuevo primer ministro. No lo consiguió (aunque es justo decir que intentaba hacer menos corrupta y más liberal la monarquía isabelina), y se fue decidido a la revolución contra el régimen, la cual sí le hizo primer ministro tras el destronamiento de Isabel. Con experiencia internacional (comandó la misión militar española en la guerra de Crimen, del lado de los turcos, así como el cuerpo expedicionario que apoyó la aventura de Napoleón III en México, de la que se retiró previendo la derrota del infeliz Maximiliano y la victoria del gran Benito Juárez), y partidario de la monarquía tras echar a Isabel, logró hacer Rey de España a Amadeo, hijo del de Italia, pero murió sin verle llegar a Madrid. Tras el abandono de Amadeo I y la inmediata llegada de la I República, ¿se hubiera hecho republicano?
Más volvamos al núcleo del asunto. En España, los dos últimos siglos (y antes, salvando las distancias que corresponden) han existido, en breve esquema, dos líneas ideológico-políticas: la que pudiéramos llamar “nacional-católica”, y la “liberal-popular” o “liberal-republicana”. Aquélla ha sido la preponderante, la excluyente por excelencia, la de Trento, el ménage à trois Rey-Iglesia-Estado, Martínez de la Rosa, Donoso Cortés, Menéndez Pelayo, Maeztu, regímenes autoritarios y dictaduras, militares tipo Elío (feroz represor como capitán general de Valencia fernandino), narváeces, primorriveras, y franquitos y carreros. La segunda entroncaría con Cervantes, valga la expresión, como en Larra y Espronceda en algún modo, en los ilustrados y masones del XVIII, en los tres generales recién citados del XIX, etcétera, etcétera, hasta los Azaña, Araquistáin, Jiménez de Asúa, Batet, Núñez de Prado (mi general compañero de Caballería, traicionado por su cofrade masón Cabanellas y asesinado por el impío Mola, que también fusiló al jefe suyo inmediato, el dignísimo general Batet). (A Unamuno, Ortega, y más, vamos a dejarlos aparte, pues, igual que con Prim; harían falta una serie de precisiones, para las que ahora no hay espacio).
Veamos de ubicar, bajo el prisma o esquema dicho, a los militares del XIX y XX. Y lo haremos muy sucintamente, en una mesa en que no soy único ponente, y al auditorio no hay que aburrirlo. Mencionaré muchos nombres, para que se entienda que no fueron pocos los castrenses progresistas, enraizados en su tiempo, no en el pasado, con vocación de lealtad al pueblo soberano. Arrancaremos de los inmediatos precedentes de Riego, aquellos soldados con graduación hispanos que mamaron, en la “guerra de la independencia”, la idea de “nación en armas”, similar a la que salvó la Revolución Francesa de la invasión monárquico-absolutista de Austria y Prusia.
La victoria sobre los ejércitos del Gran Corso no fue cosa de militares de mucha graduación y medallas (los aristócratas y los generales, en gran parte, obedecieron a José I Bonaparte; fueron capitanes y tenientes como Daoíz, Velarde, Ruiz, quienes se unieron al pueblo de Madrid el 2 de Mayo de 1.808). Sin olvidar la importante contribución de los ingleses de Wellington, y de alguna parte de los altos militares de Carlos IV, fue una milicia española de nuevo cuño, espontánea, popular (origen de la Milicia Nacional citada más arriba) la que irrumpió en la Historia cuando aún no habían nacido Marx, Engels, Bakunin.
Una milicia y una “guerrilla” –-palabra, junto a la de “guerrillero”, que exportó España a los demás idiomas– espontánea, popular, indómita. Que produjo y fue producida por personajes como Espoz y Mina, “El Empecinado”, el Cura Merino, Díaz Porlier (militar con rango de teniente coronel), Jáuregui, Pastrana… sin olvidar que algunos eran viejos bandoleros y salteadores que seguían buscando botín, y que parte importante de ese pueblo en armas odiaba la Revolución Francesa, creía en el absolutismo, la religión tradicional y las “caenas”, creyendo que Fernando VII sería la solución a todos los males. Pero otra parte adquirieron conciencia y orgullo, denodado amor por la libertad, y de ellos (muchos muy jóvenes, que habrían de vivir largos años del XIX) salieron altos militares que serían decisivos para liquidar el Antiguo Régimen que se resistía a morir. Parte se quedaría un tanto en el medio (a lo Narváez), pero la otra (Riego, Espartero, etcétera) promoverían las Constituciones progresistas de ese siglo.
En todo caso, cuando regresó Fernando VII, en 1.814, de su exilio forzoso en Francia, restableciendo un feroz absolutismo (mucho peor que el del francés José I), no pocos de dichos héroes populares se enfrentaron a él desde sus puestos militares. Así, el infame sexenio hasta el alzamiento de Riego conoció la muerte por ahorcamiento de personas insignes como Porlier, a los 27 años, el fusilamiento del general Lacy, y tantos. Aún, en la “década ominosa” 1.823-33, tras el fin del Trienio Constitucional, otros como el insigne general Torrijos (compañero de Lacy en su rebelión por la dignidad) serían pasados por las armas del abyecto Fernando. El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros, motivo de un famoso y emotivo cuadro, hizo escribir a Espronceda: “Helos allí: junto a la mar bravía/ cadáveres están ¡ay! los que fueron/ honra del libre, y con su muerte dieron/ almas al cielo, a España nombradía./ Ansia de patria y libertad henchía/ sus nobles pechos que jamás temieron (…)”. Ésta es mi España, y la de la UMD.
Enfermo y cercano a morir el Rey felón, empero, a fines de 1.832 dio una amnistía (buscando atraerse a quienes habrían de defender el trono de su hija de dos años frente a las pretensiones de su integrista hermano Carlos), con lo cual regresaron muchos exiliados en Francia desde 1.823 (cuando los “cien mil hijos de” liquidaron el “Trienio”). Venían los mismos no poco influenciados por la reciente revolución gala de 1.830, que había para siempre acabado con la monarquía absolutista Borbón e instaurado al “rey burgués” Luis Felipe de Orleans, sobre la base ideológica del liberalismo doctrinario (que, en todo caso, era bastante más progresista que el “moderantismo”, su pretendida traducción en España, a cargo del “partido moderado”. Estos “liberales moderados” españoles, oponentes del “partido progresista”, tenían mejores “formas” que el absolutismo, mas sin renunciar a los viejos privilegios, sin querer una separación Iglesia-Estado, etcétera. Bastante lejos de los franceses Constanto Guizot. En fin, los “afrancesados” que volvían del exilio formaron enseguida una sociedad secreta, “La Isabelina”, de civiles y militares, junto a otros liberales del interior. En la misma, encontramos a los generales Quiroga, Palafox, Palarea, etc. En cuanto fallece Fernando, los generales Quesada y Llauder, capitanes generales de Castilla la Nueva y Cataluña, oteando el cambio (a lo Martín Villa y Suárez avant la lettre, siglo y medio antes, si se me permite la licencia) piden a la nueva jefa de Estado, la viuda y Regente María Cristina, huir del absolutismo (Llauder, más tarde, fluctuará).
Siguen numerosos intentos constitucionalistas de militares resueltos. En enero de 1.835, el teniente Cayetano Cardero (no Cordero) se pronuncia con una tropa de cerca de mil hombres en la Puerta del Sol de la capital, pidiendo restaurar la Constitución de 1.812. La Milicia Nacional madrileña acude en su ayuda. El Gobierno, a través del Ministro de la Guerra, se ve forzado a pactar con ellos, sin imponerles ninguna sanción, pese a que habían dado muerte en los hechos (parece que la Milicia Nacional) al capitán general Canterac. En Valencia, el comandante Boil proclama, en agosto de 1.836, la citada Constitución. Días después, el motín de sargentos de la Guardia Real en La Granja obliga, al fin, a la Regente a aceptarla. La guerra civil (1ª carlista) y “La Isabelina” han contribuido grandemente a este logro. Poco después, se aprobará la Constitución progresista de 1.837, hija de la del 12.
Terminará la guerra civil en 1.839, vendrá la regencia de Espartero, la década moderada-reaccionaria-corrupta de Narváez y compañía, el Bienio Progresista nuevamente de Espartero, doce años después la revolución “Gloriosa” septembrina de los generales Prim y Serrano y el almirante Juan Topete, la Constitución de 1.869 (primera con sufragio universal… no para las mujeres), la monarquía Saboya, la I República, el golpe de estado de Pavía contra la misma, y la restauración golpista borbónica de Sagunto en la persona de Alfonso XII, hijo de la reina destronada seis años antes… y de no se sabe quién (estos seis años intensos desde el verano del 68, consagrados como “Sexenio Revolucionario”).
Están en boga las nuevas ideas de la I Internacional, comenzando la lucha sindical, el cuarto estamento o brazo ha entrado de lleno en la Historia pidiendo justicia y disputando el monopolio del poder a la burguesía, como ésta, tercer brazo, hizo respecto a la nobleza y alto clero un siglo antes. Para hacer frente a la marea, el inteligente Cánovas (que no quería la restauración golpista sino una victoria electoral de los monárquicos) inventa la Constitución de 1.876 y un régimen caciquil seudodemocrático, sin sufragio universal y con una Guardia Civil fuertemente represora de obreros y campesinos. Crea un edificio que podría durar dos o tres décadas, pero el majo e incompetente Alfonso XIII intentará hacerlo perdurar más de medio siglo… hasta que se derrumbe con él debajo en 1.931. Otra cosa es que, con tanto poder reaccionario acumulado desde Trento, con tanto Altar y Trono rabiosos, despechados, más el nuevo, flamante aliado (quizá no nuevo, sino actualizado) llamado Fascismo, logren fusilar a la II República de la Esperanza, con un ejército extranjero de marroquíes en busca de pillaje y legionarios novios de la muerte.
Mas no nos anticipemos, volvamos a la Restauración alfonsina, segunda borbónica tras la de Fernando VII, y aún quedaba alguna más (España es un país único, “different”, ya lo decía Fraga. Si lo sabrá él, cuyos correspondientes en Francia, Laval, Pétain, etc. fueron fusilados o encarcelados de por vida. Si sabrá él que España es el único país de Europa, oriental ex comunista y occidental liberal-capitalista, donde el fascismo quedó impune. Mas tornamos a anticiparnos, y a decir cosas que de sobra conocen ustedes, disculpen). La entronización de Alfonso XII no extingue la llama republicana, que conserva fuertes brasas en España; además, en Francia ha caído la tercera dinastía monárquica del XIX (Bonaparte, Borbón, Orleans, de nuevo Bonaparte), llegando definitivamente la República (la 3ª). Expulsados o neutralizados los altos mandos republicanos, como los generales Izquierdo, Lagunero, La Guardia, Merelo, Villacampa… la antorcha pasa en notable parte a oficiales y suboficiales. La I República había tenido algunos generales republicanos de calidad como Nouvillas, y algún otro esperpéntico cual Contreras, presidente del cantón de Cartagena y expedicionario a las extranjeras Almería y otras cercanas tierras celtíberas. Mas es en los años ochentas cuando cuaja un movimiento de relieve, la Asociación Republicana Militar, que producirá un rosario de pronunciamientos, como el de Badajoz, Santo Domingo de la Calzada, Seo de Urgell, o el de Santa Coloma. Y quedan nombres, cual los tenientes coroneles Serafín Asensio y Francisco Fontcuberta, los comandantes Carlos Franco, Ramón Ortiz, Ramón Ferrándiz, los capitanes Melchor Muñoz e Higinio Mangado, el teniente Juan Cebrián… y sargentos y clases de tropa.
En Cartagena, igualmente, hay motines republicanos de la marinería. En fin, también hay implicados generales como Velarde, Ferrer, Hidalgo, o el famoso brigadier Villacampa, afectos al líder político Ruiz Zorrilla. Éste ejecuta el postrer pronunciamiento, fracasado, de la ARM, en Madrid, en septiembre de 1.886. Dicho muy resumido, pues hay que ir terminando. Después, llegará un “vacío” de militares republicanos insolentes, resueltos, durante cuatro décadas. Fue obra de Cánovas, obra del cansancio, del desastre colonial, de las guerritas del norte de África, de las tácticas y trapisondas de Alfonso XIII, mientras le valieron.
Tras el “Desastre” del 98, los militares se sentirán víctimas, abandonados por los políticos, ensimismados, refugiándose en la protección del monarca. Y enseguida las guerras de Marruecos, donde se crea una casta de militares “africanistas”, que hacen con frecuencia carreras fulgurantes, en perjuicio de sus compañeros de la Península, quienes se agruparán en las sindicaloides e ilegales Juntas de unión y defensa (que no dudarán a la hora de reprimir la huelga general del verano del 17). Mas, como hemos apuntado, no cabe hablar casi de militares republicanos hasta la dictadura de Primo de Rivera, cuyos errores y arbitrariedades, respaldadas por el Rey, irán convirtiendo en republicanos a muchos artilleros, miembros de la Aeronáutica militar, etcétera, lo mismo que a generales que se sienten pospuestos, o mantienen un prurito liberal, como Aguilera, Weyler, Batet, López Ochoa.
El hundimiento moral y político de Alfonso XIII en la segunda mitad de los años veinte crea condiciones para que quiebre el pacto rey-militares que ha manejado aquél. Y surge una Unión Militar Republicana al final de esta década. Allí encontramos a los comandantes Romero Basart, Ortiz, Hernández Sarabia, al capitán Fermín Galán y otros, a Antonio Cordón, José Fuentes, Díaz Sandino, los Pérez Salas, Menéndez, Romero, Sancho, Martínez de Aragón, Hidalgo de Cisneros, Álvarez Buylla, Pérez Farrás, Medrano, Pou, Burguete, Gutiérrez de la Solana…, a los generales López Ochoa, Núñez de Prado, Villa Abrille… incluso al arribista Queipo.
Tras el Pacto de San Sebastián del 17 de agosto, se planea la sublevación de diciembre del 30, que lo único notable que produjo fue el episodio infeliz del decidido y ardiente Galán y sus compañeros García Hernández, Sediles, Salinas… en Jaca; aparte las piruetas madrileñas de Ramón Franco y Queipo. La saña y miedo de Alfonso XIII exigió fusilar a Galán y García, el 14 de diciembre, cuarenta y ocho horas después del comienzo de su sublevación, aunque fuera domingo (rompiendo una antiquísima tradición de no fusilar en días de fiesta). Su sangre noble serviría de cemento entre republicanos, socialistas y otros que no llegaban a acuerdo. Cuatro meses exactamente después del fusilamiento, habría Gobierno Provisional de la II República.
Los militares se desligan del rey porque se ve llegar la República, y viceversa, o a la recíproca. Es que los uniformados entienden, en los meses iniciales del 31, que el monarca ya no puede garantizarles sus intereses, y ha creado la división del Ejército. Los altos generales (un consejo de guerra presidido por el capitán general de Madrid, Federico Berenguer, hermano de Dámaso, ex miembro, Federico, del “Cuadrilátero” de generales que propició la dictadura de Primo de Rivera) cuasi-absuelven a los miembros del Comité Revolucionario formado por los más altos dirigentes republicanos, que había planeado la sublevación republicana que costó la vida a Galán y García… y el general Sanjurjo, jefe de la Guardia Civil, se va a casa de Miguel Maura, ministro in pectore de la Gobernación del Gobierno republicano provisional, se va el 13 de abril, cuando aún reina Alfonso XIII, para ponerse a las órdenes de Maura. “Pronunciamientos negativos” del Ejército. Alfonso XIII no tiene más remedio que irse, no sin reconocer a España como “única Señora de sus destinos”, en un manifiesto de 14 de abril. Aunque desde entonces no hará otra cosa que conspirar contra lo que España ha decidido, la República. Vivirá y morirá (joven, a los 54 años) bajo protección fascista en Italia. Conseguirá personalmente del Duce aviones, en el verano del 36, para bombardear a la media España no sublevada contra el Gobierno legal y legítimo. Y morirá en el exilio, separado de su esposa, en un hotel. Triste destino del rey perjuro contra la Constitución que había jurado (y que era conservadora). ¡Qué incapacidad para pilotar la siempre difícil nave de las Españas!
Ya unas pocas líneas para citar lo que es sin duda más conocido por la mayoría de quienes me están oyendo, los militares progresistas durante la República, la guerra incivil, el franquismo. Tras el fracaso y el ridículo de la “sanjurjada” del 10 de agosto del 32, los militares filogolpistas, muchos de ellos africanistas, otros simplemente derechistas y corporativistas asustados por las reformas castrenses de Azaña, en parte arrastrando el espíritu sindicaloide de las “juntas de defensa”, que habían durado hasta 1.922, se empiezan a organizar hasta crear la ilegal Unión Militar Española o UME, al calor de las elecciones de 1.933, ganadas por una derecha con trazos fascistas, y de la aparición de Falange Española escasas semanas antes, que será polo de atracción de un sector de esos militares. Después, recibirán el gran refuerzo de quienes se radicalizan de derechas por la revolución de octubre del 34. Como defensa, aparecerá la UMA, Unión Militar Antifascista, y renacerá nuestra conocida UMR, que se unirán como UMRA. En ellas habrá bastantes oficiales de Aviación, Guardia de Asalto, Escolta Presidencial (del Presidente de la República), y también suboficiales como León Lupión, muchos de ellos masones. Pueden sonarles nombres cual el teniente coronel Carratalá, el capitán Francisco Galán, hermano de Fermín, el capitán Díaz Tendero (que moriría en el campo de exterminio de Mauthausen), el capitán Faraudo y el teniente Castillo, ambos asesinados por pistoleros de extrema derecha, el coronel Puigdengolas, el teniente coronel Mangada, el coronel Asensio Torrado, comandante Barceló, capitanes Guarner, Oraad de la Torre, Condés, y otros ya citados, más arriba, de la UMR. También generales, así Fernández de Villa-Abrille, Pozas, Castelló, Núñez de Prado…
Cuando, el 16 de julio del 36, es inminente el golpe militar-monárquico-eclesiástico-terrateniente-fascista, dirigentes de la UMRA se entrevistan con el Jefe del Gobierno y ministro de militares, Casares Quiroga, y le piden que, de inmediato, cese en sus mandos a los generales Goded, Fanjul, Franco, al teniente coronel de la Legión Yagüe, y varios más, entre otras medidas que le exigen, como crear unidades especiales con mandos de toda confianza en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza, Bilbao, para enfrentar la segura rebelión. El inefable Casares, que temía más al pueblo raso que a los conspiradores fascistas, se hace el listo y no hace nada. Sin embargo, son militares de la UMRA quienes paran el golpe en Madrid y Barcelona, en ésta con la inestimable colaboración de los dignos mandos de la Guardia Civil general Aranguren, coroneles Escobar y Brotons.
De la guerra, habría tanto que citar… Pero sólo resaltaremos la conjunción de militares progresistas, leales a su juramento, con el pueblo armado. Como en la Guerra de la Independencia contra la invasión napoleónica. Al acabar la guerra, la venganza feroz de Franco y sus esbirros, fusilando sin piedad a militares de la dignidad y valía de Escobar o Joaquín Pérez Salas, entre tantos y tantos. Y la infamia de que el césar marroquí siga cabalgando hoy en la capitanía general de Valencia, y su escudo fascista sobre la puerta principal de la misma, mas no haya una calle en Valencia a nombre del gran general valenciano, extraordinaria persona, incluso gran católico, Vicente Rojo Lluch, jefe del Ejército de la República en la guerra impuesta por la España negra a este pueblo al que tantas veces ha traicionado, incluso bajo palio.
Después, otro gran vacío, con un Ejército fiel al vencedor, sin medios, sin gasolina, concebido para contener y reprimir al pueblo si volvía a gritar libertad, línea de retaguardia de la policía para asuntos internos. La vieja historia del “enemigo interno”, que acuñó Fernando VII en la “ominosa década” final de su reinado. Franco también metió la Historia entre paréntesis y sepulturas; hasta Pinilla, Sintes Obrador, Busquets, “Forja”, la UMD: en la nieve también nacen flores. Otro día, les cuento mi héroe particular del XIX: el coronel y general de Caballería Domingo Dulce. Y mi heroína: Mariana Pineda. Vivo en una calle que lleva su nombre.

José Luis Pitarch
Comandante de Caballería en la Reserva.
Profesor de Derecho Constitucional en la U.V.

Ex Vicepresidente del CAUM.
Miembro de la UMD
Texto leído en el Club de Amigos de la Unesco
21 de febrero, 2007