«Tras el
“Desastre” del 98, los militares se sentirán víctimas, abandonados por los
políticos, ensimismados, refugiándose en la protección del monarca»
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José Luis Pitarch, presidente federal de Unidad Cívica por la República y autor del presente artículo Foto: Unidad Cívica por la República |
Militares progresistas en España: De Riego a la Unión
Militar Democrática
Amaneciendo
el 29 de julio de 1.975, grupos de militares y guardias civiles irrumpían en
los domicilios del comandante Luis Otero y de los capitanes José Fortes,
Restituto Valero, Fermín Ibarra, Antonio García Márquez, Fernando Reinlein y
Manuel Fernández Lago, del Ejército de Tierra, este último ausente, y del
capitán del Ejército del Aire José Ignacio Domínguez, quien también estaba
ausente. Procediendo a la detención de los primeros seis citados, lo que traía
raíz de la denuncia formulada por el general jefe de la División Acorazada
“Brunete”, Jaime Milans del Bosch (el luego golpista del 23-F), ante el capitán
general de la I Región Militar, Ángel Campano (el primer “alférez provisional”
que llegó a general, solía decir mi padre), seis días antes.
La siguiente
madrugada, era detenido Fernández Lago, al regresar a casa, y los días 31 de
julio y 1 de agosto también caían el capitán de Aviación Abel Ruiz Cillero y el
de Tierra Jesús Martín-Consuegra. Domínguez, “el Cuchi”, en el extranjero, ya
no regresó. Total, un comandante y ocho capitanes al trullo, todos de la
guarnición de Madrid excepto Pepe Fortes, de la de Pontevedra (padre de la
excelente escritora Susana Fortes, con la que uno comparte páginas de expresión
en medios de prensa valenciana).
Parecía
evidente el intento, por parte del mando castrense, de hacer ver que los nueve
“malhechores” de la perversa UMD –cuyo delito era propugnar la democracia, e
intentar disuadir a los militares de extrema derecha de que intentasen un golpe
de estado retrofranquista contra las ansias de libertad del pueblo– eran sólo
un grupúsculo sin otros tentáculos o concomitantes, no fuese a parecer que se
trataba de algo extendido por toda España (como en realidad sucedía,
particularmente en Barcelona con los Busquets, Guillermo Reinlein –hermano de
Fernando–, Julve, Gurriarán, Delgado, Cardona, Díez Gimbernat, Juan Diego,
Vázquez, López Amor, Sagrado, Perinat, Delás, Alonso, Miralles, Roura,
Alejandro y Manuel Zanuí, y otros más). Al nombrado Fortes Bouzán, único no
“madrileño” de los nueve, no hubo más remedio que trincarle también,
posiblemente porque salía en las fotos de los servicios de
información-espionaje franquistas junto a los detenidos de la capital del Reino
(éste todavía, recordemos, bajo dictadura del césar marroquí, al que aún
restaban cuatro meses escasos de vida, antes que le quitasen los tubos para que
muriese el mismo día que José Antonio Primo de Rivera… sin parar mientes en que
JAPR había muerto, en Alicante, la misma fecha que Buenaventura Durruti en la
Ciudad Universitaria del “¡No pasarán!”, hermanada al Puente de los Franceses).
Pero estos
intrépidos, conscientes capitanes y comandante detenidos, enseguida procesados,
y vilipendiados paralelamente por intoxicadores servicios de “información”
milicos; impúdicamente condenados ya muerto Franco, en marzo del 76 (el fascio
castrense mantenía “prietas las filas, recias, marciales”); no amnistiados, de
su expulsión del Ejército, por una Ley de Amnistía de 15 de octubre del 77 que
incluyó a los etarras con delitos de sangre, o al asesino comisario de policía
José Matute (que volvió de su huida al extranjero, con alto rango, a la
Dirección General de Seguridad), pues dicha Amnistía reintegró en absoluta
plenitud de sus derechos, y reincorporó a sus Cuerpos respectivos, a todos los
funcionarios sancionados por actos de sesgo político… excepto a los
funcionarios militares (acojonado el Gobierno por un Gutiérrez mellado que dijo
que dimitía si reingresaban al servicio los “úmedos”); estos comandante y capitanes modelos de dignidad y
auténtico patriotismo no reconocidos, HOY AÚN, pública e institucionalmente
(porque nuestra “modélica transición” incluye guetos y embudos); estos nueve
valientes ciudadanos de uniforme -–once más bien, pues la saña tardofranquista
siguió juzgando y condenando en “consejos de guerra”, incluso después de las
primeras elecciones democráticas de junio del 77 y de la Ley de Amnistía, a
otros capitanes de la UMD como el citado J.I. Domínguez y el entrañable Antonio
“Toño” Herreros-— NO ERAN, no son, una gota o EXCEPCIÓN en la Historia hispana
de los dos últimos siglos. De lo que diremos dos palabras más abajo.
Ni los once,
ni los demás que nos libramos del banquillo penal castrense sólo porque el
fasciofranquismo no quería que cundiese la impresión de que éramos muchos,
entre apuntados y simpatizantes de la UMD. Hasta tal punto que, celoso, quizá,
el capitán general de la IV Región Militar (Cataluña), Salvador Bañuls, de su
homólogo de Madrid, Campano, decidió –como máxima Autoridad Judicial militar de
su Región, cargo anejo al de capitán general, pues la justicia militar ha
solido ser a la justicia lo que la música militar es a la música, viejo
adagio–, dos meses después de la detención, al filo de julio y agosto, de “los
nueve” de Madrid y Pontevedra, decidió, digo, detener y procesar a su vez a
tres “úmedos” de su virreinato
catalán: López Amor, Juan Diego y Gurriarán, a quienes encerró en un castillo
de Figueres. Pero mes y pico después se murió el césar bajito y, a las dos
semanas de este óbito, Bañuls puso al trío en libertad. (Supongo que se lo
mandaron de más arriba, que con lo de Madrid ya había bastante; ya que Bañuls
era no poco “ultra”, ex legionario y ex División Azul, y no parece encajar que
fuese una decisión muy suya; a más que estaba cercano a cesar en su cargo por
edad, esto es, no tenía que contraer “méritos” para seguir haciendo carrera si
había cambios democráticos). Anyway, suena de nuevo a lo de la justicia
militar y la música. El caso es que Bañuls sobreseyó su procedimiento penal
contra Gurriarán, Diego y López Amor. Me pregunto si la muerte repentina de
dicho capitán general tres meses más tarde, a comienzos de marzo del 76, no
vendría en parte de la rabieta de quedarse sin su cuerda de “úmedos”.
En fin,
quizá no sea superfluo informar al auditorio de que la página web de la
asociación “Foro Milicia y Democracia” incluye una relación de militares de los
tres Ejércitos, bajo epígrafe “Hombres de
la UMD”, que “de una manera u otra, participaron a favor de la democracia
en el entorno de la UMD. Algunos no pertenecieron a la organización en su
sentido estricto, pero le manifestaron su simpatía y (¿quizá “o”?) asistieron a
algunas reuniones (…)” Figuran 13 militares de Aviación, 15 de la Armada o
Marina, y 142 de Tierra. Total, 170. (Este mismo listado consta en el libro “Capitanes Rebeldes” de Fernando
Reinlein). Por su parte, Julio Busquets confeccionó una lista de 140 militares,
también de los tres Ejércitos, que “llegaron a estar realmente encuadrados en
algún momento de la vida de la UMD”, lista que figura en su libro póstumo
“Ruido de sables”, sacado adelante por Juan Carlos Losada (con un pequeñito
error de decir que son “141”). Como sea, la UMD, en julio de 1.975, se
encontraba en periodo de expansión, con sólo once meses de vida. Es probable
que hubiese seguido creciendo, y uno mismo estaba organizando reuniones en
Valencia con capitanes de dicha guarnición, donde me encontraba destinado, como
Juan Esteve, por no citar otros nombres sin su consentimiento, pues en
definitiva no se “apuntaron” con todas las consecuencias. No hay que olvidar
que nuestro empeño “proselitista” era seguido por los sabuesos “orejines” y “orejones” (argot castrense de entonces) de los varios servicios de
información, y esto se sabía, y disuadía un porrón a los simpatizantes. Como
anécdota, añadiré que mi entonces profesor de Derecho Mercantil, el llorado
Manuel Broseta, quizá el mejor profesor que he tenido, además de persona
encantadora –posteriormente, víctima de atentado terrorista, en enero del 92–,
me avisó de que el “alto mando” estaba barajando detenerme y procesarme, así
que sacara de mi casa cualquier documentación comprometedora, etcétera.
Broseta, hombre complejo, con una foto del “Che” en su despacho de alto
standing y altas minutas en un céntrico edificio de Valencia, estaba muy
relacionado, y sabía bastantes cosas.-
No son,
decíamos, los militares progresistas meras excepciones o ínsulas en el cuerpo
castrense durante los dos pasados siglos, por más que dicha Historia del XIX y
XX haya sido un collage de regímenes despóticos tipo Fernando VII o Narváez,
oligarquías autoritarias camufladas de democracia a lo Cánovas, reyes felones
como el referenciado o perjuros como Alfonso XIII (magistralmente explicado tal
perjurio por Borrás Betriu en “El Rey de los Cruzados”) o liderando alguna
“corte de los milagros”, cual la ardiente Isabel II; y, cuando no bastaba, se
iba a la dictadura pura y dura, ya sin disfraces, como postrer recurso, así las
de Primo de Rivera o Franco. Sino que esta línea mayoritaria y carcunda no ha
podido asfixiar, desde la Guerra contra Napoleón, el que hubiese siempre
militares librepensadores y liberales avanzados, más cercanos al pueblo que a
la coyunda eviterna del Trono y el Altar que parasitaba y controlaba el Estado,
del brazo de los grupos económico-sociales dominantes.
Suelen
conocerse como mílites progresistas del dominio público figuras cual la del
mítico asturiano y masón don Rafael del Riego, que, a sus 35 años, el 1º de
enero de 1.820, siendo teniente coronel, proclamara contra el infame Fernando
VII la Constitución de 1.812, en Las Cabezas de San Juan, dando origen a un
movimiento insurreccional por toda España que obligó al monarca a jurar dicha Constitución
el 9 de marzo; y cuya gloria en vida duró dos años y medio, hasta la invasión
extranjera de los “cien mil hijos de San Luis”, que significó su prisión y
ahorcamiento en la plaza de la Cebada madrileña, ejecución por “alta traición”
a la que uno gusta llamar “asesinato jurídico”; y la marcha militar de cuyas
tropas constitucionalistas fue luego himno de soldados liberales de la guerra
“carlista” de los Siete Años (1.833-39) –que terminó con el abrazo de Espartero
y Maroto, magnífico y patriótico ejemplo histórico que desconoció la homicida y
rencorosa soberbia de Franco un siglo más tarde– e himno igualmente de las
revoluciones liberales del XIX, antes de ser el oficial de la II República.
Junto a
Riego, como preclaros liberales, otros generales, así el citado Espartero, y
Prim. Don Baldomero Fernández Espartero, de una modesta familia de los
manchegos campos de Calatrava, que fue Jefe del Estado (Regente) nombrado por
las Cortes en 1.841, mas no aceptó ser Rey tras la “Gloriosa” Revolución de 1.868
que expulsó del trono a Isabel II, padeció la inquina de los militares
liberal-reaccionarios (llamados “moderados”) como Narváez, alma de la rancia
“Orden Militar Española”, arquetipo de “la dictadura del sable” (que teorizaría
Donoso Cortés), quien levantó, junto a O’Donnell y otros, una triunfante
rebelión contra su Regencia en 1.843, debiendo Espartero exiliarse. Volvió como
jefe de un Gobierno progresista once años después, repuso en marcha la obra
desamortizadora de Mendizábal, enfrentándose con el Papa, impulsó la
“Constitución nonata” de 1.856, que contemplaba una monarquía “nacional” (de la
Nación) –igual que la de 1.812 y la de 1.837– en lugar de monarquía
“tradicional” (retrógrada) como hacía la vigente Constitución de Narváez, de
1.845… hasta que sufrió de nuevo la traición de militares como el ambiguo
general O’Donnell, lo que dio fin al “Bienio Progresista” 1.854-56. Y vivió con
inmensa dignidad hasta cerca de los noventa años. Sus periodos de gobierno
favorecieron la existencia de la Milicia Nacional, fuerza de seguridad de
espíritu progresista creada por la Constitución de 1.812, de mandos civiles, no
englobada en el Ejército, como sí lo sería la “Guardia Civil” (¡qué hipocresía,
civil!) inventada por Narváez en 1.844. Fernando VII suprimió la Milicia en sus
periodos absolutistas, e Isabel II siempre que pudo. Esta Milicia civil fue
decisiva en el XIX, especialmente en las ciudades importantes, para lograr
gobiernos progresistas. La Revolución de 1.868 la llamó Voluntarios de la
Libertad, y fueron Voluntarios de la República cuando llegó ésta en 1.873.
Don Juan
Prim y Prats, catalán de Reus, nieto de notario, enlazado con sectores de la
burguesía adinerada catalana, es figura clave del siglo penúltimo. Sólo vivió
56 años, pues fue asesinado en la calle del Turco, hoy Marqués de Cubas, de
Madrid, cuando era primer ministro, y todavía se discute quién organizó su
muerte, como con Kennedy. Prim fue de los pilares fundamentales de la
“Gloriosa” revolución de 1.868, y había pertenecido al partido progresista y
llegado a diputado con sólo veintitantos años, a comienzos de década de los
cuarentas. Era muy inteligente, valiente, tenaz, y sin duda liberal. De alma
aventurera y decidida, heroica incluso, fue épico en las guerras, participó en
mil conspiraciones y pronunciamientos, lo adoraron las masas. Mas su proyecto,
como el de tantos militares metidos a políticos de su siglo, fue siempre muy
personal (y tuvo comportamientos racistas duros, de capitán general de Puerto
Rico cuanto de general en la guerra de Marruecos. Claro que en este saco habría
que meter a muchos, como el posterior general mallorquín Valeriano Weyler,
creador de los campos de concentración –de “reconcentración”, los llamó– de
civiles, en las guerras de Cuba). Participó en el alzamiento contra el regente
Espartero, y, una vez que ésta triunfó, se movió contra Narváez. Logró ascender
a teniente general con 41 años, se unió entonces al partido “centrista”, Unión
Liberal, fundado por O’Donnell, cuando éste se deshizo de Espartero en el 56 y se
convirtió en jefe del Gobierno. Volvió al partido progresista en el 63,
finalizada la era O’Donnell, tratando de ser el nuevo primer ministro. No lo
consiguió (aunque es justo decir que intentaba hacer menos corrupta y más
liberal la monarquía isabelina), y se fue decidido a la revolución contra el
régimen, la cual sí le hizo primer ministro tras el destronamiento de Isabel.
Con experiencia internacional (comandó la misión militar española en la guerra
de Crimen, del lado de los turcos, así como el cuerpo expedicionario que apoyó
la aventura de Napoleón III en México, de la que se retiró previendo la derrota
del infeliz Maximiliano y la victoria del gran Benito Juárez), y partidario de
la monarquía tras echar a Isabel, logró hacer Rey de España a Amadeo, hijo del
de Italia, pero murió sin verle llegar a Madrid. Tras el abandono de Amadeo I y
la inmediata llegada de la I República, ¿se hubiera hecho republicano?
Más volvamos
al núcleo del asunto. En España, los dos últimos siglos (y antes, salvando las
distancias que corresponden) han existido, en breve esquema, dos líneas
ideológico-políticas: la que pudiéramos llamar “nacional-católica”, y la
“liberal-popular” o “liberal-republicana”. Aquélla ha sido la preponderante, la
excluyente por excelencia, la de Trento, el ménage
à trois Rey-Iglesia-Estado, Martínez de la Rosa, Donoso Cortés, Menéndez
Pelayo, Maeztu, regímenes autoritarios y dictaduras, militares tipo Elío (feroz
represor como capitán general de Valencia fernandino), narváeces, primorriveras,
y franquitos y carreros. La segunda entroncaría con Cervantes, valga la expresión,
como en Larra y Espronceda en algún modo, en los ilustrados y masones del
XVIII, en los tres generales recién citados del XIX, etcétera, etcétera, hasta
los Azaña, Araquistáin, Jiménez de Asúa, Batet, Núñez de Prado (mi general
compañero de Caballería, traicionado por su cofrade masón Cabanellas y asesinado
por el impío Mola, que también fusiló al jefe suyo inmediato, el dignísimo
general Batet). (A Unamuno, Ortega, y más, vamos a dejarlos aparte, pues, igual
que con Prim; harían falta una serie de precisiones, para las que ahora no hay
espacio).
Veamos de
ubicar, bajo el prisma o esquema dicho, a los militares del XIX y XX. Y lo
haremos muy sucintamente, en una mesa en que no soy único ponente, y al
auditorio no hay que aburrirlo. Mencionaré muchos nombres, para que se entienda
que no fueron pocos los castrenses progresistas, enraizados en su tiempo, no en
el pasado, con vocación de lealtad al pueblo soberano. Arrancaremos de los inmediatos
precedentes de Riego, aquellos soldados con graduación hispanos que mamaron, en
la “guerra de la independencia”, la idea de “nación en armas”, similar a la que
salvó la Revolución Francesa de la invasión monárquico-absolutista de Austria y
Prusia.
La victoria
sobre los ejércitos del Gran Corso no fue cosa de militares de mucha graduación
y medallas (los aristócratas y los generales, en gran parte, obedecieron a José
I Bonaparte; fueron capitanes y tenientes como Daoíz, Velarde, Ruiz, quienes se
unieron al pueblo de Madrid el 2 de Mayo de 1.808). Sin olvidar la importante
contribución de los ingleses de Wellington, y de alguna parte de los altos
militares de Carlos IV, fue una milicia española de nuevo cuño, espontánea,
popular (origen de la Milicia Nacional citada más arriba) la que irrumpió en la
Historia cuando aún no habían nacido Marx, Engels, Bakunin.
Una milicia
y una “guerrilla” –-palabra, junto a la de “guerrillero”, que exportó España a
los demás idiomas– espontánea, popular, indómita. Que produjo y fue producida
por personajes como Espoz y Mina, “El Empecinado”, el Cura Merino, Díaz Porlier
(militar con rango de teniente coronel), Jáuregui, Pastrana… sin olvidar que
algunos eran viejos bandoleros y salteadores que seguían buscando botín, y que
parte importante de ese pueblo en armas odiaba la Revolución Francesa, creía en
el absolutismo, la religión tradicional y las “caenas”, creyendo que Fernando VII sería la solución a todos los
males. Pero otra parte adquirieron conciencia y orgullo, denodado amor por la
libertad, y de ellos (muchos muy jóvenes, que habrían de vivir largos años del
XIX) salieron altos militares que serían decisivos para liquidar el Antiguo
Régimen que se resistía a morir. Parte se quedaría un tanto en el medio (a lo
Narváez), pero la otra (Riego, Espartero, etcétera) promoverían las
Constituciones progresistas de ese siglo.
En todo
caso, cuando regresó Fernando VII, en 1.814, de su exilio forzoso en Francia,
restableciendo un feroz absolutismo (mucho peor que el del francés José I), no
pocos de dichos héroes populares se enfrentaron a él desde sus puestos
militares. Así, el infame sexenio hasta el alzamiento de Riego conoció la
muerte por ahorcamiento de personas insignes como Porlier, a los 27 años, el
fusilamiento del general Lacy, y tantos. Aún, en la “década ominosa” 1.823-33,
tras el fin del Trienio Constitucional, otros como el insigne general Torrijos
(compañero de Lacy en su rebelión por la dignidad) serían pasados por las armas
del abyecto Fernando. El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros, motivo de
un famoso y emotivo cuadro, hizo escribir a Espronceda: “Helos allí: junto a la
mar bravía/ cadáveres están ¡ay! los que fueron/ honra del libre, y con su
muerte dieron/ almas al cielo, a España nombradía./ Ansia de patria y libertad
henchía/ sus nobles pechos que jamás temieron (…)”. Ésta es mi España, y la de
la UMD.
Enfermo y
cercano a morir el Rey felón, empero, a fines de 1.832 dio una amnistía
(buscando atraerse a quienes habrían de defender el trono de su hija de dos
años frente a las pretensiones de su integrista hermano Carlos), con lo cual
regresaron muchos exiliados en Francia desde 1.823 (cuando los “cien mil hijos
de” liquidaron el “Trienio”). Venían los mismos no poco influenciados por la
reciente revolución gala de 1.830, que había para siempre acabado con la
monarquía absolutista Borbón e instaurado al “rey burgués” Luis Felipe de
Orleans, sobre la base ideológica del liberalismo doctrinario (que, en todo
caso, era bastante más progresista que el “moderantismo”, su pretendida
traducción en España, a cargo del “partido moderado”. Estos “liberales
moderados” españoles, oponentes del “partido progresista”, tenían mejores
“formas” que el absolutismo, mas sin renunciar a los viejos privilegios, sin
querer una separación Iglesia-Estado, etcétera. Bastante lejos de los franceses
Constanto Guizot. En fin, los “afrancesados” que volvían del exilio formaron
enseguida una sociedad secreta, “La Isabelina”, de civiles y militares, junto a
otros liberales del interior. En la misma, encontramos a los generales Quiroga,
Palafox, Palarea, etc. En cuanto fallece Fernando, los generales Quesada y
Llauder, capitanes generales de Castilla la Nueva y Cataluña, oteando el cambio
(a lo Martín Villa y Suárez avant la
lettre, siglo y medio antes, si se me permite la licencia) piden a la nueva
jefa de Estado, la viuda y Regente María Cristina, huir del absolutismo
(Llauder, más tarde, fluctuará).
Siguen
numerosos intentos constitucionalistas de militares resueltos. En enero de
1.835, el teniente Cayetano Cardero (no Cordero) se pronuncia con una tropa de
cerca de mil hombres en la Puerta del Sol de la capital, pidiendo restaurar la
Constitución de 1.812. La Milicia Nacional madrileña acude en su ayuda. El
Gobierno, a través del Ministro de la Guerra, se ve forzado a pactar con ellos,
sin imponerles ninguna sanción, pese a que habían dado muerte en los hechos
(parece que la Milicia Nacional) al capitán general Canterac. En Valencia, el
comandante Boil proclama, en agosto de 1.836, la citada Constitución. Días
después, el motín de sargentos de la Guardia Real en La Granja obliga, al fin,
a la Regente a aceptarla. La guerra civil (1ª carlista) y “La Isabelina” han
contribuido grandemente a este logro. Poco después, se aprobará la Constitución
progresista de 1.837, hija de la del 12.
Terminará la
guerra civil en 1.839, vendrá la regencia de Espartero, la década
moderada-reaccionaria-corrupta de Narváez y compañía, el Bienio Progresista
nuevamente de Espartero, doce años después la revolución “Gloriosa” septembrina
de los generales Prim y Serrano y el almirante Juan Topete, la Constitución de
1.869 (primera con sufragio universal… no para las mujeres), la monarquía
Saboya, la I República, el golpe de estado de Pavía contra la misma, y la restauración
golpista borbónica de Sagunto en la persona de Alfonso XII, hijo de la reina
destronada seis años antes… y de no se sabe quién (estos seis años intensos
desde el verano del 68, consagrados como “Sexenio Revolucionario”).
Están en
boga las nuevas ideas de la I Internacional, comenzando la lucha sindical, el
cuarto estamento o brazo ha entrado de lleno en la Historia pidiendo justicia y
disputando el monopolio del poder a la burguesía, como ésta, tercer brazo, hizo
respecto a la nobleza y alto clero un siglo antes. Para hacer frente a la
marea, el inteligente Cánovas (que no quería la restauración golpista sino una
victoria electoral de los monárquicos) inventa la Constitución de 1.876 y un
régimen caciquil seudodemocrático, sin sufragio universal y con una Guardia
Civil fuertemente represora de obreros y campesinos. Crea un edificio que
podría durar dos o tres décadas, pero el majo e incompetente Alfonso XIII
intentará hacerlo perdurar más de medio siglo… hasta que se derrumbe con él
debajo en 1.931. Otra cosa es que, con tanto poder reaccionario acumulado desde
Trento, con tanto Altar y Trono rabiosos, despechados, más el nuevo, flamante
aliado (quizá no nuevo, sino actualizado) llamado Fascismo, logren fusilar a la
II República de la Esperanza, con un ejército extranjero de marroquíes en busca
de pillaje y legionarios novios de la muerte.
Mas no nos
anticipemos, volvamos a la Restauración alfonsina, segunda borbónica tras la de
Fernando VII, y aún quedaba alguna más (España es un país único, “different”, ya lo decía Fraga. Si lo
sabrá él, cuyos correspondientes en Francia, Laval, Pétain, etc. fueron
fusilados o encarcelados de por vida. Si sabrá él que España es el único país
de Europa, oriental ex comunista y occidental liberal-capitalista, donde el fascismo
quedó impune. Mas tornamos a anticiparnos, y a decir cosas que de sobra conocen
ustedes, disculpen). La entronización de Alfonso XII no extingue la llama
republicana, que conserva fuertes brasas en España; además, en Francia ha caído
la tercera dinastía monárquica del XIX (Bonaparte, Borbón, Orleans, de nuevo
Bonaparte), llegando definitivamente la República (la 3ª). Expulsados o
neutralizados los altos mandos republicanos, como los generales Izquierdo,
Lagunero, La Guardia, Merelo, Villacampa… la antorcha pasa en notable parte a
oficiales y suboficiales. La I República había tenido algunos generales
republicanos de calidad como Nouvillas, y algún otro esperpéntico cual
Contreras, presidente del cantón de Cartagena y expedicionario a las
extranjeras Almería y otras cercanas tierras celtíberas. Mas es en los años
ochentas cuando cuaja un movimiento de relieve, la Asociación Republicana
Militar, que producirá un rosario de pronunciamientos, como el de Badajoz,
Santo Domingo de la Calzada, Seo de Urgell, o el de Santa Coloma. Y quedan
nombres, cual los tenientes coroneles Serafín Asensio y Francisco Fontcuberta,
los comandantes Carlos Franco, Ramón Ortiz, Ramón Ferrándiz, los capitanes
Melchor Muñoz e Higinio Mangado, el teniente Juan Cebrián… y sargentos y clases
de tropa.
En
Cartagena, igualmente, hay motines republicanos de la marinería. En fin,
también hay implicados generales como Velarde, Ferrer, Hidalgo, o el famoso
brigadier Villacampa, afectos al líder político Ruiz Zorrilla. Éste ejecuta el
postrer pronunciamiento, fracasado, de la ARM, en Madrid, en septiembre de
1.886. Dicho muy resumido, pues hay que ir terminando. Después, llegará un
“vacío” de militares republicanos insolentes, resueltos, durante cuatro
décadas. Fue obra de Cánovas, obra del cansancio, del desastre colonial, de las
guerritas del norte de África, de las tácticas y trapisondas de Alfonso XIII,
mientras le valieron.
Tras el
“Desastre” del 98, los militares se sentirán víctimas, abandonados por los
políticos, ensimismados, refugiándose en la protección del monarca. Y enseguida
las guerras de Marruecos, donde se crea una casta de militares “africanistas”,
que hacen con frecuencia carreras fulgurantes, en perjuicio de sus compañeros
de la Península, quienes se agruparán en las sindicaloides e ilegales Juntas de
unión y defensa (que no dudarán a la hora de reprimir la huelga general del
verano del 17). Mas, como hemos apuntado, no cabe hablar casi de militares
republicanos hasta la dictadura de Primo de Rivera, cuyos errores y arbitrariedades,
respaldadas por el Rey, irán convirtiendo en republicanos a muchos artilleros,
miembros de la Aeronáutica militar, etcétera, lo mismo que a generales que se
sienten pospuestos, o mantienen un prurito liberal, como Aguilera, Weyler,
Batet, López Ochoa.
El
hundimiento moral y político de Alfonso XIII en la segunda mitad de los años
veinte crea condiciones para que quiebre el pacto rey-militares que ha manejado
aquél. Y surge una Unión Militar Republicana al final de esta década. Allí
encontramos a los comandantes Romero Basart, Ortiz, Hernández Sarabia, al
capitán Fermín Galán y otros, a Antonio Cordón, José Fuentes, Díaz Sandino, los
Pérez Salas, Menéndez, Romero, Sancho, Martínez de Aragón, Hidalgo de Cisneros,
Álvarez Buylla, Pérez Farrás, Medrano, Pou, Burguete, Gutiérrez de la Solana…,
a los generales López Ochoa, Núñez de Prado, Villa Abrille… incluso al
arribista Queipo.
Tras el
Pacto de San Sebastián del 17 de agosto, se planea la sublevación de diciembre
del 30, que lo único notable que produjo fue el episodio infeliz del decidido y
ardiente Galán y sus compañeros García Hernández, Sediles, Salinas… en Jaca;
aparte las piruetas madrileñas de Ramón Franco y Queipo. La saña y miedo de
Alfonso XIII exigió fusilar a Galán y García, el 14 de diciembre, cuarenta y
ocho horas después del comienzo de su sublevación, aunque fuera domingo
(rompiendo una antiquísima tradición de no fusilar en días de fiesta). Su
sangre noble serviría de cemento entre republicanos, socialistas y otros que no
llegaban a acuerdo. Cuatro meses exactamente después del fusilamiento, habría
Gobierno Provisional de la II República.
Los
militares se desligan del rey porque se ve llegar la República, y viceversa, o
a la recíproca. Es que los uniformados entienden, en los meses iniciales del
31, que el monarca ya no puede garantizarles sus intereses, y ha creado la
división del Ejército. Los altos generales (un consejo de guerra presidido por
el capitán general de Madrid, Federico Berenguer, hermano de Dámaso, ex
miembro, Federico, del “Cuadrilátero” de generales que propició la dictadura de
Primo de Rivera) cuasi-absuelven a los miembros del Comité Revolucionario
formado por los más altos dirigentes republicanos, que había planeado la
sublevación republicana que costó la vida a Galán y García… y el general
Sanjurjo, jefe de la Guardia Civil, se va a casa de Miguel Maura, ministro in
pectore de la Gobernación del Gobierno republicano provisional, se va el 13 de
abril, cuando aún reina Alfonso XIII, para ponerse a las órdenes de Maura. “Pronunciamientos
negativos” del Ejército. Alfonso XIII no tiene más remedio que irse, no sin
reconocer a España como “única Señora de sus destinos”, en un manifiesto de 14
de abril. Aunque desde entonces no hará otra cosa que conspirar contra lo que
España ha decidido, la República. Vivirá y morirá (joven, a los 54 años) bajo
protección fascista en Italia. Conseguirá personalmente del Duce aviones, en el
verano del 36, para bombardear a la media España no sublevada contra el
Gobierno legal y legítimo. Y morirá en el exilio, separado de su esposa, en un
hotel. Triste destino del rey perjuro contra la Constitución que había jurado
(y que era conservadora). ¡Qué incapacidad para pilotar la siempre difícil nave
de las Españas!
Ya unas
pocas líneas para citar lo que es sin duda más conocido por la mayoría de
quienes me están oyendo, los militares progresistas durante la República, la
guerra incivil, el franquismo. Tras el fracaso y el ridículo de la “sanjurjada” del 10 de agosto del 32, los
militares filogolpistas, muchos de ellos africanistas, otros simplemente
derechistas y corporativistas asustados por las reformas castrenses de Azaña,
en parte arrastrando el espíritu sindicaloide de las “juntas de defensa”, que
habían durado hasta 1.922, se empiezan a organizar hasta crear la ilegal Unión
Militar Española o UME, al calor de las elecciones de 1.933, ganadas por una
derecha con trazos fascistas, y de la aparición de Falange Española escasas
semanas antes, que será polo de atracción de un sector de esos militares. Después,
recibirán el gran refuerzo de quienes se radicalizan de derechas por la
revolución de octubre del 34. Como defensa, aparecerá la UMA, Unión Militar
Antifascista, y renacerá nuestra conocida UMR, que se unirán como UMRA. En
ellas habrá bastantes oficiales de Aviación, Guardia de Asalto, Escolta
Presidencial (del Presidente de la República), y también suboficiales como León
Lupión, muchos de ellos masones. Pueden sonarles nombres cual el teniente
coronel Carratalá, el capitán Francisco Galán, hermano de Fermín, el capitán
Díaz Tendero (que moriría en el campo de exterminio de Mauthausen), el capitán
Faraudo y el teniente Castillo, ambos asesinados por pistoleros de extrema
derecha, el coronel Puigdengolas, el teniente coronel Mangada, el coronel
Asensio Torrado, comandante Barceló, capitanes Guarner, Oraad de la Torre,
Condés, y otros ya citados, más arriba, de la UMR. También generales, así
Fernández de Villa-Abrille, Pozas, Castelló, Núñez de Prado…
Cuando, el
16 de julio del 36, es inminente el golpe militar-monárquico-eclesiástico-terrateniente-fascista,
dirigentes de la UMRA se entrevistan con el Jefe del Gobierno y ministro de
militares, Casares Quiroga, y le piden que, de inmediato, cese en sus mandos a
los generales Goded, Fanjul, Franco, al teniente coronel de la Legión Yagüe, y
varios más, entre otras medidas que le exigen, como crear unidades especiales
con mandos de toda confianza en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza,
Bilbao, para enfrentar la segura rebelión. El inefable Casares, que temía más
al pueblo raso que a los conspiradores fascistas, se hace el listo y no hace
nada. Sin embargo, son militares de la UMRA quienes paran el golpe en Madrid y
Barcelona, en ésta con la inestimable colaboración de los dignos mandos de la
Guardia Civil general Aranguren, coroneles Escobar y Brotons.
De la
guerra, habría tanto que citar… Pero sólo resaltaremos la conjunción de
militares progresistas, leales a su juramento, con el pueblo armado. Como en la
Guerra de la Independencia contra la invasión napoleónica. Al acabar la guerra,
la venganza feroz de Franco y sus esbirros, fusilando sin piedad a militares de
la dignidad y valía de Escobar o Joaquín Pérez Salas, entre tantos y tantos. Y
la infamia de que el césar marroquí siga cabalgando hoy en la capitanía general
de Valencia, y su escudo fascista sobre la puerta principal de la misma, mas no
haya una calle en Valencia a nombre del gran general valenciano, extraordinaria
persona, incluso gran católico, Vicente Rojo Lluch, jefe del Ejército de la República
en la guerra impuesta por la España negra a este pueblo al que tantas veces ha
traicionado, incluso bajo palio.
Después,
otro gran vacío, con un Ejército fiel al vencedor, sin medios, sin gasolina,
concebido para contener y reprimir al pueblo si volvía a gritar libertad, línea
de retaguardia de la policía para asuntos internos. La vieja historia del
“enemigo interno”, que acuñó Fernando VII en la “ominosa década” final de su
reinado. Franco también metió la Historia entre paréntesis y sepulturas; hasta
Pinilla, Sintes Obrador, Busquets, “Forja”, la UMD: en la nieve también nacen
flores. Otro día, les cuento mi héroe particular del XIX: el coronel y general
de Caballería Domingo Dulce. Y mi heroína: Mariana Pineda. Vivo en una calle
que lleva su nombre.
José Luis
Pitarch
Comandante de Caballería en la Reserva.
Profesor de Derecho Constitucional en la U.V.
Ex Vicepresidente del CAUM.
Miembro de la UMD
Texto leído en el Club de Amigos de la Unesco
21 de febrero, 2007
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