miércoles, 24 de septiembre de 2014

LOS TRAFICANTES DE RESTOS

«Remover huesos ilustres es un canto a la vanidad de aquellos que felizmente no la necesitan» 

Traslado de los restos del poeta Manuel José Quintana al cementerio de la Almudena el 11 de marzo de 1922, en compañía de los del novelista Ramón Ortega y Frías, el general Evaristo San Miguel y la cantante Constanza Roseville. La Acción, 11-III-1922 

Los traficantes de restos 

De vez en cuando, quizá coincidiendo con la rotación de las estaciones, los traficantes de huesos, o de muertos, o de restos atacan de nuevo. Son una especie que se reproduce entre nosotros con cierta facilidad y se propaga de siglo en siglo, con caracteres coincidentes y con idénticos procedimientos. ¿Cuándo vamos a dar por terminada nuestra conflictiva historia y dar descanso definitivo a nuestros no menos conflictivos muertos? ¿Por qué no les dejamos en paz y en los sitios donde quisieron o se vieron obligados a morir? Pues no. De vez en cuando los irredentos traficantes de restos atacan de nuevo y quieren dar un giro de noventa grados a lo que ha sido nuestra historia y a confundir a sus tranquilos, inocentes y, también a veces, ignorantes paisanos.
La historia viene de lejos. Al, quizá, primer poeta moderno de España, al insigne don Juan Meléndez Valdés, sus restos, junto los de su amigo Goya, fueron los primeros en no gozar una paz definitiva. Muerto en Montpellier y enterrado, quizá por extravagancia, o por ser gran cantor del vino, en una bodega, se le llevó después furtivamente a una iglesia. En 1828, por iniciativa de don Nicasio Gallego y el duque de Frías, se inhuman sus restos en el cementerio de Montpellier y definitivamente, en 1886, fueron llevados a Madrid. Así, el poeta a quien sus compatriotas obligaron a exiliarse, volvió, naturalmente sin su consentimiento, a la patria que en vida le había sido tan hostil y, junto con sus adversarios políticos, descansa en el cementerio de San Isidro y en el panteón de hombres ilustres, donde también reposa Goya muerto como él en Francia.
Caso también sangrante es el del traslado del asimismo poeta Quintana y contra el que arremetió duramente don Manuel Azaña: “No hay duda –escribió-: desenterrar a los muertos es pasión nacional. ¿Qué incentivos secretos tienen para el español los horrores de ultratumba que no se satisface con ponderarlos a solas y ha de ir a escarbar en los cementerios a cada momento? ¿Vocación de sepultureros, realismo abyecto, necrofagia? De todo hay en esta manía. Aquí la hemos denunciado más de una vez”. (Manuel Azaña, “Quintana en la infausta remoción de sus huesos”, La Pluma, marzo de 1922).
En tono irónico, el gobernante republicano avisa a toda persona notoria que se muera a hurtadillas y se entierre con nombre supuesto si quiere reposar en paz; de otro modo irán a cribarle las cenizas cuando menos lo espere. “Nadie está libre. Quien hasta ahora no se ha dejado desenterrar, como Cervantes, incurre en falta. ¡Ah, si el esqueleto del manco apareciese! ¡Qué embriaguez! ¡Cuántas procesiones y carrozas, qué profusión de reliquias, cómo nos revolcaríamos en la fosa abierta, poseídos de furia patriótica sepulcral!”. (Idem).
En 1925 se repatrían los restos de Ganivet a Granada. A su paso por Madrid, la Universidad organiza un homenaje, en el que la sombra de Unamuno, que está exiliado, sobrevolaba en todos los discursos ante la negativa de la Dictadura a que se leyese una carta del escritor. “Deberían no haberte traído”, escribe en segunda persona. Y si bien Unamuno aprovecha para arremeter contra la autoridad, se ve clara su postura contra los traficantes de restos.
Y ahora le ha tocado el turno a don Antonio Machado, exiliado y fallecido en Colliure, en el sur de Francia, contra su voluntad, su tumba, como antes la de Larra, ha sido objeto de peregrinaciones y congresos. Pero, ahora, de repente, los traficantes de restos atacan de nuevo e intentan remover sus huesos, para llevarlos no se sabe dónde.
Pero no importa, lo significativo es removerlo. Y es algo que ya previó Carlos Barral que, en sus memorias, arremetió contra esos futuros traficantes. “Cada vez que se habla de trasladar los huesos republicanos de Machado a cualquiera de esas ciudades donde ejerció su penitencia de profesor miserable, cosa que me parece innecesaria y en cierto modo disparatada en el caso de alguien con tan dispersa patria chica….”.
Por otra parte a estos traficantes de restos les queda aún mucho por hacer, si es cierto, como cantó el poeta Martínez de la Rosa, que

“no hay una tierra en el mundo
sin una tumba española”.

Es, pues, una carrera que, una vez comenzada, no tiene fin. Si se trae a Machado, ¿por qué no repatriar los restos de Max Aub, de Corpus Barga, de Cernuda, de Moreno Villa y tantos otros? ¿Por qué no, lo que ya se ha propuesto alguna vez, del propio Manuel Azaña?
El escritor Juan Goytisolo, en las páginas de opinión de El País, escribió que, cuando se enteró de la propuesta de una diputada argentina de trasladar solemnemente los restos mortales de Borges desde Ginebra, donde falleció, al cementerio bonaerense de La Recoleta, para su eterno reposo junto a los padres de la patria, incluida Evita Perón, se echó a temblar. “¡Otra vez la ceremonia grandiosa, los discursos grandilocuentes, la exposición del féretro en el Congreso de los Diputados, las notas vibrantes del sacrosanto himno nacional!”, escribió. Para el escritor, en el caso de Borges, se trataba de un puro disparate. Borges, como Machado y como Azaña, pertenecen exclusivamente a sus lectores.
Por ello nada más elogioso que las rotundas palabras de Maria Kodama impidiendo que los restos del autor de El Aleph fueran llevados al famoso cementerio en procesiones cívicas y apuntándose los sucesores del general Perón, enemigo personal del escritor, un tanto que no les corresponde.
Goytisolo estima que los hispanos somos muy aficionados a esta exhibición de autobombo que, como vemos, ataca en diferentes tiempos y a gentes de distintas ideologías. Pero nadie puede atribuirse el derecho a su manipulación post mortem, aduciendo grupos, partidos, religión o ideología. Transportar, por ello, sus cadáveres a hombros de militares o paisanos ilustres, o frailes o campesinos, a un templete glorioso o a una tumba anónima, es una apropiación abusiva e indebida.
La última barrabasada fue cometida con los restos del poeta Juan Ramón Jiménez, traído a España y enterrado en Moguer contra la voluntad expresa del poeta y recibidos por los mismos que habían contribuido a su tremendo exilio y cuyo premio Nobel, en 1956, le fue concedido, precisamente contra esos mismos vencedores. “Tenemos que reconocer que es la literatura española exiliada y perseguida a la que se otorga el Premio Nobel, y que es esa literatura la más alta expresión de la espiritualidad española”, escribió Victoria Kent, en su Revista Ibérica.
¿A quién benefician estos traslados?
Remover huesos ilustres nos parece un canto a la vanidad de aquellos que felizmente no la necesitan, y en muchos casos, como en el de Machado no la buscaron y por ello fallecieron donde tuvieron que fallecer y allí, pese a quien pese, deben continuar.
Y aún hay más. En estos días, por si la fiesta y jolgorio fueran poco, el presidente Nicolás Sarkozy se suma al coro internacional de traficantes de restos e inicia una campaña para trasladar los de Albert Camus, glorioso escritor francés. Otra vez la parafernalia, los desfiles, las pompas fúnebres en marcha. Parece ser que tiene razón Juan Goytisolo cuando atribuía a origen francés nuestra afición al traslado de restos ilustres. Pero como en el caso de Borges, sus descendientes parecen no estar por la labor y quieren dar al traste con los sueños de grandeza del presuntuoso presidente francés. Para los hijos de Camus, sería todo un contrasentido tanta pompa y fastos, que contrastan con la manera austera de concebir la vida que tuvo el autor de La peste. También quieren impedir que el presidente de los franceses se beneficie de una memoria que no le corresponde.
En fin. Quiero terminar tal y cómo lo hizo el gran escritor, recordando, y haciendo mías las últimas voluntades del dirigente y pedagogo republicano don Francisco Ferrer Guardia:

“Deseo que en ninguna ocasión próxima o lejana, no por uno ni otro motivo, haya manifestaciones de carácter religioso o político ante mis restos”. Añadía que debemos ocupar el tiempo dedicándonos a los vivos. Por otra parte, en el caso de Antonio Machado, contamos con unos versos premonitorios de Gloria Fuertes, “Tarjeta postal para Antonio Machado”, escritos e incluidos en un volumen de homenaje al gran poeta, Versos para Antonio Machado:

Antonio ¿tú qué piensas / de estos homenajes?
¿Te gustan? ¿Te disgustan? / ¿te dan…  justicia? Habla.

JOSÉ ESTEBAN

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